Hace 170 años Cartago caía por las fuerzas telúricas

A las 6:30 de la mañana de un 2 de setiembre de hace 170 años, la políticamente conservadora ciudad de Cartago caía rendida y

A las 6:30 de la mañana de un 2 de setiembre de hace 170 años, la políticamente conservadora ciudad de Cartago caía rendida y pagaba caro tributo a Gaia. Caía en pedazos por un terrible terremoto. Solamente 12 viviendas quedaron en pie de la infortunada ciudad y se contabilizaron un total de 38 defunciones. El terremoto de San Antolín fue, aún tomando en consideración el gran sismo de San Estanislao del 7 de mayo de 1822, el temblor más importante del país del siglo XIX, debido al nivel de daños y al número de muertes que produjo. Además, este terremoto es muy importante dado que es el primero en el registro sísmico histórico en contabilizar muertes.

Para tener una idea de la destrucción, solamente en la ciudad de Cartago fueron destruidas 1520 viviendas. En total este terremoto destruyó 2480 viviendas, lo cual es significativo para la densidad urbana del momento en el área central del país. Los edificios públicos no se libraron de daños, pues en Cartago estos presentaron daños de consideración, igual que en la ciudad de San José. El sismo además provocó grandes deslizamientos en el volcán Irazú y el cerro Cabeza de Vaca al este de Cartago.

El cronista de desastres y expresidente de la república, don Cleto González Víquez en su interesante libro publicado en 1910, transcribe un documento en donde se hace una descripción bastante interesante del sismo:

El día 2 de setiembre de este presente año, a las 6 1/2 de la mañana se sintió un fuerte terremoto, que en menos tiempo de un minuto arruinó completamente los edificios de la ciudad y barrios, causando aún mayor estrago en el cuartel de San Antonio de Cot, situado en las inmediaciones del volcán llamado Irazú…. y el día 2 amaneció muy sereno y despejado; y tan luego se sintió el fuerte temblor sobrevino un viento del Levante que evitó la muerte que indispensablemente hubieran sufrido estos moradores con el polvo que de las ruinas de las casas salía…”

Los vericuetos de la historia identifican las medidas que el Estado, por parte de la Jefatura Política de Cartago, propulsó como políticas de mitigación ante la pérdida experimentada. Por ejemplo, el desaterro de casas y desagües, la limpieza de acequias, la construcción de ranchos para albergues y la provisión de víveres, entre otras necesidades. Asimismo, se instó a la población a laborar por partidas de hombres en la atención de la emergencia, tomando en consideración los recursos escuetos con que contaba el Estado. Sin embargo, como siempre ocurre, los que conformaron esas partidas fueron los comunes, en otras palabras gentes de las “clases bajas”. Los castigos por desacatar órdenes de la Gobernación de Cartago, por ejemplo evadir el trabajo de limpiar la ciudad de los restos de bahareques se castigó con tres a seis meses de prisión. Los que invadían terrenos aún con escombros, se les castigaba con azotes entre 50 a 100 palos.

Braulio Carrillo redactó un Reglamento de Policía mejorando los aspectos urbanos tales como altura de edificios, ancho y rectificación de las vías públicas como medidas de prevención ante nuevos eventos sísmicos. Estas medidas fueron posiblemente derogadas después de su derrocamiento. La reconstrucción fue ardua, pero por la falta de recursos muchos edificios aún no se reparaban casi 10 años después. Por ejemplo, el templo de San Francisco en la ciudad de Cartago estaba aún en proyecto para 1850.

La intensidad, valor que representa los efectos de un sismo, fue probablemente entre VII a VIII en Cartago. El epicentro de este evento podría ubicarse al noreste de Tres Ríos y al noroeste de Cartago, cerca del territorio de Vásquez de Coronado, donde se localiza la falla Lara, la cual podría ser la fuente de este temblor. El terremoto tuvo una magnitud de 6,5 y ocurrió a una profundidad de 10 km.

Durante el siglo XIX e inicios del XX, era común adjudicarle el nombre del santo o santa oficial del día en que un gran sismo ocurriera, así el sismo de San Estanislao del 7 de mayo de 1822, o el sismo de Santa Mónica que enlutó a Costa Rica el 4 de mayo de 1910. El terremoto del 2 de septiembre de 1841 se le suele llamar Terremoto de San Antolín. Este santo se venera en Palencia, España, y es el santo de los cazadores españoles. Según el Flos Sanctorum de 1923 se celebra ese día a San Esteban emperador. Acá nos encontramos con aspectos muy interesantes entre la oficialidad contra la popularidad religiosa. En trabajos sobre sismicidad de 1855 y de 1910 e incluso en el informe del gobernador Telésforo Peralta de 1841, no se hace referencia a este terremoto como San Antolín, de ahí una veta importante para investigar quién empieza a denominarlo como tal y bajo qué tipo de influencia cultural. Así, el recuerdo del sismo de 1841 es para nuestro tiempo una ventana al pasado, en donde se refleja un conjunto de vulnerabilidades que permanecen en nuestro ámbito cultural y político y es un llamado de atención a las autoridades políticas sobre los cambios en el escenario de riesgo, mucho más complejo y peligroso en la actualidad, por lo tanto cuidado con la sismicidad latente en nuestro país.

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