“No me hice famoso por hacer pollo, sino por hacer el mejor pollo”; así decía el General Sanders, fundador de las comidas KFC.
Lo dicho por él se puede comprender muy fácilmente y sin requerir mayores explicaciones. Pero si se precisaran estas, he aquí algunas: en nada basta el esfuerzo, sino el mejor de todos los esfuerzos.
Destacar sobre los demás, en un sentido positivo, es enteramente posible; pero hay quienes ni lo enseñan, ni lo proclaman, ni permiten ni desean que otros lo hagan y que ni siquiera brindan la oportunidad para que otros pueden hacer tal cosa.
La vida real es una evolución permanente, un devenir, una constante dialéctica, una total superación de estadios previos o anteriores. Negar tal superación o consistencia de la vida real, del estado presente de las cosas y conformarse con la comodidad que se recibe o en que está eso es la mediocridad. Y existen mediocridades individuales y colectivas.
Vivimos desde 1950 en una era de famosos. Es indiscutible que es muy de nuestros días aspirar a ser famoso o estar cerca de los famosos. Se puede ser famoso por esfuerzos y por virtudes, o también cometiendo brutalidades y sandeces; de esa forma se puede frustrar la vida propia y la de terceros, y la de grupos colectivos y países. Lo cierto es que la superación personal es una virtud humana y que la misma no se alcanza en la quietud de la vagancia o en la indiferencia en que suele vivir y parasitar quien ha recibido todo, y cree que el mundo le debe todo, absolutamente todo.
Es menester el esfuerzo para vivir en plenitud, para destacar y sobrevivir a pesar de debilidades y contratiempos; es menester la constancia y sudarse la camisa y la chaqueta e inspirarse un minuto y sudar mucho, sobre todo sudar mucho mucho mucho.