“¡Salú y poesía!” es el epigrama que utiliza el poeta Adriano de San Martin. ¿Qué más necesitamos?… Ya lo dijo el maestro Confucio: “¿Me preguntas por qué compro arroz y flores? Compro arroz para vivir y flores para tener algo por lo que vivir”.
Un mundo regido por una concepción instrumentalista y mercantilizada de la vida humana –que presta poca o ninguna atención a las flores-poesía– no es saludable y, por lo tanto, tampoco humana y ecológicamente viable. El cambio climático, las guerras por el petróleo, la violencia cotidiana, el narcotráfico, el terrorismo de Estado y fundamentalista religioso, entre otros problemas de nuestro tiempo, son consecuencia de esa concepción, y están interpelándonos hoy a corregir el rumbo. Hay que restituir el espacio para las flores; volver al jardín y a la poesía: tareas poco “rentables”, por cierto.Raimon Panikkar, en su artículo sobre “Medicina y Religión” (Panikkar, R. (2014) La religión, el mundo y el cuerpo. Barcelona, Herder), plantea dos tesis fundamentales: la medicina sin la religión no sana: ya no es medicina y la religión sin medicina no salva: ya no es religión. Esto, desde su concepto de religión como núcleo último de toda vida humana que da un cierto sentido de la vida o como búsqueda de plenitud humana. Para argumentar la primera tesis vuelve sobre su crítica fundamental al tecnocratismo occidental, referido a la concepción de la salud. Por una parte, destaca que “para la gran mayoría de las instituciones médicas modernas, la salud consiste en mantener a las gentes en condiciones de trabajar. Decir que alguien “ha vuelto al trabajo” equivale a considerarlo sano […] En nuestro mundo tecnológico la actividad humana creativa ha sido confundida con el trabajo remunerado y el empleo […] un mero medio indirecto de “ganarse la vida” (como si la vida tuviese que ganarse), es parte de la maldición asociada al pecado original: “con el sudor de tu rostro comerás el pan”, en vez de hacerlo con el gozo del banquete compartido”. Por otra parte, señala que en las medicinas tradicionales “el criterio de salud no está dado por la capacidad de trabajar, sino por la capacidad de disfrutar […] Sin embargo, en ciertos ámbitos puritanos el goce frecuentemente ha sido considerado sospechoso, aunque ello vaya en contra de la tradición cristiana más auténtica”.
Inducidos por una desaforada búsqueda de competitividad y éxito exclusivamente económicos estamos perdiendo calidad de vida como persona, familia y humanidad planetaria. Por eso, Panikkar nos interpela: “¿Para qué curar al hombre? ¿Para que vuelva a ser carne de cañón? No es una coincidencia que la medicina haya logrado la mayor parte de sus progresos en los campos de batalla”.
Para construir un mundo saludable hay que romper este círculo vicioso. Quizá dejándonos guiar por la filosofía ancestral indígena del “buen vivir”, en la que se trabaja para vivir y no se vive para trabajar. Para ello, necesitamos más flores y poesía; también religión, de la buena.