A don Luis Berliotz, quien me indujo a escribir este artículo.
La filosofía materialista y la ciencia de hoy confirman el concepto que sobre el ser humano nos heredó el estagirita Aristóteles, cuando a partir de su teoría hilemórfica del ser encontró el principio o causa pasiva del hombre en su sustrato biológico (causa material) y la realización de la posibilidad o potencia material (causa formal) en su naturaleza social, llamándole “animal político”. Pero anterior a él, en la Academia su maestro Platón había definido al hombre como un animal de dos patas y sin plumas, ante lo cual uno de sus discípulos sacó un gallo desplumado presentándolo como el “hombre de Platón”.
Sea su forma erecta de caminar o su capacidad de moldear herramientas, su lenguaje, pensamiento o religiosidad, o bien el modo de producir en sociedad, son todas características humanas que en los albores de la civilización se conjugaron para que la política, al igual que la filosofía, “levantara su azaroso vuelo” y se convirtiera en lo que fue para Aristóteles la “ciencia rectora suprema”; la misma que, aunque perversa en aspectos morales, clamara Maquiavelo para su Italia fracturada durante la época del Renacimiento.
Y hasta el día de hoy, sin haberse desligado del saber filosófico, la política rige los destinos de la humanidad; solo que como ciencia que afecta la totalidad de la vida socioambiental, es luz que no alumbra igual para todos. En los centros de poder económico brilla como el sol, mientras en las periferias empobrecidas brilla por su ausencia. El mundo desarrollado es celoso de su política, tanto teórico-filosófica como práctica, y cuida de sus cuadros al servicio de los negocios liberales y del Estado, tanto que sus tentáculos abarcan la globalidad mundial, ocupándose de la política de los otros, a quienes quieren ver apolíticos y objetos de su política.
Como todo fenómeno social, la política sufre sus altibajos, vive momentos de esplendor (las revoluciones liberadoras), se estanca y cae en crisis. Las crisis políticas no son procesos nuevos: Sócrates luchó contra el engaño de la retórica sofista y murió por su verdad. Los errores políticos –que siempre se pagan con creces- minaron el Imperio Romano y aceleraron su caída (si no pregunten a San Agustín). Aún en el destierro, Miguel de Unamuno despreciaba a quienes le invitaban a abandonar la política, y escribía: “Existen desdichados que me aconsejan dejar la política… No quieren saber que mis cátedras, mis estudios, mis novelas, mis poemas son política”. (Unamuno, M. La tía Tula. Salvat Editores, 1971, p.164).
En los Estados dependientes la política siempre está en crisis, principalmente de tipo moral. En ellos el imperativo categórico que Kant defendiera al hacer política es tabú para la clase que ostenta el poder; más bien se promueve el maquiavelismo como norma práctica. Por ello es común la propaganda abierta o subliminal contra el quehacer político en los países marginados. ¿A quién interesa desprestigiar la política? ¿Acaso no se desvelan los serviles de la política global por figurar en la administración del Estado neocolonial? Los mismos que maldicen la política se arrastran tras los beneficios personales que obtienen de ella.
Profesionales ingenuos y no tan ingenuos, religiosos y algunos desencantados se declaran apolíticos; también aparecen organizaciones políticamente neutrales (¿?) o apolíticas por convicción (¿?). Otros, servidores públicos (políticos) no se ocupan de la política por su estatus político (¡¿?!). No vaya a creer el lector que hablo de algún poder del Estado costarricense. El 16 de octubre de 2011, en Bolivia, se celebraron elecciones judiciales, donde los magistrados serán elegidos por el pueblo. Y son precisamente los bolivianos quienes mejor comprenden que con cada trago de agua que consumen se beben un trago de política.
La realidad política de un mundo politizado desde arriba y despolitizado desde abajo empuja a los desplazados de tan preciado patrimonio a indignarse y exigir inclusión en el manejo de la economía y en el desarrollo sociocultural. Por eso, los indignados se han tomado las plazas y las calles, buscando apropiarse de la política global.
¡Indignados de todos los países, uníos!