Huevos de codorniz

Noche era cuando arribamos a un apartamento de lujo en un último piso que, según los entendidos se denomina pent house. Vista a la

Hace ya muchos años, que participé en Venezuela en un seminario que versaba sobre la pobreza en América Latina. Esta actividad fue patrocinada por un grupo de gerencia social conducido por varios iluminados latinoamericanos en este tema. Durante la semana, temas, estadísticas, documentos y  hallazgos, iban y venían en boca de académicos y expertos en la materia, amén de refrigerios y almuerzos para los asistentes. En algo había que justificar aquella actividad de alto vuelo académico. Finalmente, el seminario terminó con un convivio, que se realizó en casa de una de las personas organizadoras.

Noche era cuando arribamos a un apartamento de lujo en un último piso que, según los entendidos se denomina pent house. Vista a la ciudad esplendorosa desde un salón principal en cuyo centro un anónimo pianista interpretaba una veces a Mozart y otras a Schubert en un vistoso piano de cola.  Lujosos muebles y pisos marmóreos  hacían juego entre el espacio, el color y la estructura. Irrumpieron entre los invitados, dos jóvenes mayordomos, uno francés y otro español, quienes con ademanes plenamente estudiados ofrecían vino, güisqui y huevos de codorniz. Luego sumaron otros bocadillos que para los delicados de paladar se denominan delicatessen. En un momento del agasajo, el anfitrión me confesaría su pesar por no haber podido enviar a su hija en viaje de bodas a París, como él y su esposa lo habían hecho años atrás. Ella tan solo pudo viajar en un crucero que pronto arribaría a algún puerto de Estados Unidos. Mientras… los invitados, en la más clara expresión de  esnobismo académico, seguían conversando de las maravillas expuestas durante el seminario y de la calidad de las investigaciones presentadas. Entre los conmovidos asistentes con el Réquiem de Mozart en Do menor, que ejecutaba aquel pianista anónimo todo vestido de blanco,  alguien propuso que ahí mismo se firmara una declaración para luchar contra la pobreza en materia de trabajo, salud y educación. Por suerte, al calor de los güisquis la tal declaración propuesta no tuvo eco (en otras palabras, nadie le dio pelota). Así se clausuraba un seminario que trataba de la pobreza.

De vuelta, a la mañana siguiente, los ranchos colgados de los cerros que conducen al aeropuerto eran la más fiel expresión de la oquedad de aquellos temas tratados. Era la realidad matutina que golpeaba después de haber estado entre aquellos lujos de la noche anterior y de haber discutido durante toda una semana sobre el hambre en el mundo, entre expertos y académicos rodeados de emparedados y bebidas.

Es posible que así siga siendo la gerencia social;  también es una realidad que las grandes masas de población que  no aparecen dentro de los gráficos de distribución de la riqueza, vayan creciendo entre la marisma de las políticas neoliberales;  así como los que emigran por cuestiones políticas y económicas sean cada vez más, tanto como quienes carecen de seguro de salud y de pensiones, y de fuentes dignas de trabajo…  Estos seguirán dando temas para analizarlos en hoteles de cinco estrellas o en pent houses como los de esta historia, y también para pagar a expertos que viajan por el mundo cargados de estadísticas y soluciones e inaugurando ciclos lectivos universitarios.

Una gran ventaja es que a mí no me gustan los huevos de codorniz. Mi indigestión posterior a este seminario de gerencia social tiene otra explicación.

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