Humanos, salud reproductiva y final de la especie

Me calza a la perfección aquella ley de la biología que certifica que si una especie no se reproduce, perece. Es un hecho. También

Me calza a la perfección aquella ley de la biología que certifica que si una especie no se reproduce, perece. Es un hecho. También existe el prospecto de la reproducción científica a partir de la animación suspendida, criogenia, o la de vuelta a la vida por restos fósiles, las cuales exploran recuperar a un espécimen (muestra), o especie, extintos. Pareciera un poco descabellado, pero es una realidad en ciernes la investigación que se hace en estos campos.

A modo de chiste post mórtem adelantado, guardo una de mis muelas llamadas del diablo, y esperaría heredarla para futuras investigaciones, dado que a veces me dicen que estoy rayado, medio loco, que me dedique a comer puré de camote para mi pronta recuperación cerebral, inserción social-adaptación enajenada, o al menos para que no piense, a lo que yo contesto que mi cabeza rayada es un coco abierto de fibras que muestran mi expresión del alma, a la que se le suma y se le resta en su proceso de residencia temporal en la materia.

De una cosa a la otra, caigo en la caverna primitiva y abro los ojos al entender que el alma humana y la energía del Universo expresada en reposo de vida, dinámicas de vida, vida e inteligencia terrestre y extraterrestre, constituyen mi logo favorito, porque me da la impresión de que es la columna de una inteligencia en marcha, con la cual estamos nítidamente interconectados. Todo se conectaría con todo.

Por ello, una de las áreas de estudio que más podría apasionar es la de la conducta humana, por la riqueza de su complejidad, su mente detectivesca, creativa, criminal, santa, egoísta, solidaria, en fin, un coctel y ambrosía lleno de luz y sombra; en mi modesta opinión, su malla interna y su funcionamiento manifiesto es un pasaje de características de fondo indescriptible; por eso, me interesa el estudio del alma, la energía original y su salida desde el comienzo del tiempo y de los tiempos.

Creo en Dios, no tengo dudas y no discuto su existencia, solo su manifestación. Así que en cierto sentido de rigor científico, concordaría con el físico inglés Stephen Hawkings en que Dios no sería necesario para la física; la física se puede escrutar sin Dios y funciona perfectamente. Después de todo, lo que hacen los científicos es descubrir lo que ya existe y funciona, entenderlo, aprehenderlo, mezclarlo, probarlo y aplicarlo. Paso a paso, día a día, todos los seres humanos nos beneficiamos de los físicos y de la física, porque forma parte sustancial de nuestra vida cotidiana.

Entonces, ¿cómo comprender el mundo material desligándolo de la materia espiritual? Lo que pareciera un quebradero de cabeza tiene su ecuación simple, uno lleva al otro y viceversa, porque ambos son energía. Estamos hechos del polvo interestelar, de una mutua afectación, separamos para unir, juntamos para clasificar las partes y poner en acción su mecánica, su fisiología, nuestro antepasado común, el eslabón que somos en constante búsqueda y transformación.

En su novela “El amor en los tiempos del cólera”, el escritor Gabriel García tiene una visión limitada de la salud humana, la del deseo ligada con el placer de la sexualidad, y por supuesto que de nuestra especie, cuando afirma que venimos a la vida con los polvos contados, y que si no los ejecutamos, los perdemos; no es cierto, porque hay polvos que nos tiramos del otro lado, en la parte vivencial de nuestra naturaleza onírica, mundo al que no le sacamos provecho, porque nos limitamos solo a una percepción material, y eso es limitar el organismo viviente, integral, que somos.

El alma, he ahí la clave; lo elemental de nuestra presencia planetaria es la partícula fundacional de la salud humana. Los que hoy somos, mañana estaremos en el olvido.  Cada generación tiende a ser puente hacia una realización mayor, del alma. Las construcciones materiales son arena del tiempo, representan una época y los valores que se practicaron en ella, un medio, nunca un fin porque siempre perecerán, aunque sostengan sus postes y sus paredes y nos cuenten historias.

No hay fin de la especie humana; ese tipo de fatalismos son parte del discurso y del negocio de las religiones; somos parte del engranaje de una transformación y búsqueda superior que nos dé respuestas a tanta pregunta que nos hacemos, como, ¿por qué la constante de ricos y pobres? ¿Por qué Jesús, un ser tan especial para la historia de la Humanidad, sentenció que había que acostumbrarse a los pobres? Investigar, ése es el único camino.

 

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