Viene ahora el ex-teísta (¿o ex-deísta?) Stephen Hawking a decirnos que no hace falta “Dios” para entender el Universo. Después de haber dicho hace casi veinticinco años que la ciencia nos acercaba a la divinidad, ahora, bajo influencia de Leonard Mlodinow, sugiere que no hace falta pensar así. Esa contradicción o debate es vieja y la solución es arbitraria. Si no recuerdo mal, se encuentra en escritos de Platón; y también se cuenta que La Place la comentó con Napoleón, pero Lagrange lo contradijo. Pero no por vieja deja la conclusión de ser atractiva o convincente para muchos; algo tiene de creíble, especialmente, para quienes desean presentarse como valientes, leídos e inteligentes. En un pequeño libro reciente, escribí lo siguiente sobre la materia:
El problema surge y gira en torno de la misma palabra “Dios”, en español de origen griego y latín, “God”, en inglés, de origen gótico y nórdico, “Kukulcán” en maya, “Chi” en chino, “Brahma” en hindú, “Alá” en árabe, “Vudú” en culturas africanas. Y llama la atención que todas son pronunciables y cabe compararlas con “YHWH” en hebreo antiguo, que es impronunciable, pero por influencia de San Pablo y los cristianos renacentistas, fue cambiado a YAHVÉ y JEHOVÁ, introduciendo vocales, para hacerla pronunciable.
Ante la formulación y evolución de todas esas ideas y expresiones, me pregunto cómo se habría afectado nuestro entendimiento, sentimiento o intuición de lo que, con ellas y sus antecedentes, la humanidad entera ha tratado de aludir e invocar a lo largo del tiempo, allende los siglos y milenios. Ese infinito –o esa infinitud- me inspira un ¡ SÍ !, con el temor y temblor de Soren Ashby Kierkegaard; sin embargo, merecen mi respeto quienes dicen ¡NO!, siguiendo a Jean Paul Sartre. Solo pienso que es imposible o inhumano ignorarlo. Si tomamos en cuenta que lo mismo ocurre en cada microcosmos y macrocosmos de lo que pensamos, hacemos y vivimos, ¡qué poco sabemos y nos entendemos homo sapiens! ¡Qué impotentes somos, a pesar de toda nuestra tecnología, toda nuestra economía! Y les pregunto, estimadas lectoras y estimados lectores: ¿Por qué no nos abrazamos, aunque fuera solamente para consolarnos, humildemente, en nuestra enorme ignorancia? Tal vez así iniciemos, todos juntos, la hechura de una especie humana nueva y mejor.