Información y comunicación

La influencia de los medios de comunicación colectiva en los ámbitos deportivo, empresarial, institucional e incluso electoral, ha sido preponderante y se perfila en

La influencia de los medios de comunicación colectiva en los ámbitos deportivo, empresarial, institucional e incluso electoral, ha sido preponderante y se perfila en franco crecimiento. Incluso, más allá de la coyuntura, los mass media se han erigido como un actor político muy respetable.

Equilibrio.- La radio no ha decaído tanto como algunos apresuradamente afirman, pero tampoco se encuentra en la posición de privilegio que se asume para la televisión. Los periódicos y las redes están en otra categoría, ya sea por la brecha digital o bien por la tradición que acompaña a los medios tradicionales.

Desde la UCR realizamos hace algún tiempo una “radiografía” de los destinatarios de la información que, al final, nos aclaró también en qué posición se encuentran los emisores.

La primera –y única hasta donde sé- Encuesta Nacional sobre el Derecho a la Información, circundó la pregunta: ¿Cómo se informa el costarricense?

Se hizo desde la UCR y los resultados son interesantísimos. Con un margen de error de 3.8% y un abordaje a nivel nacional.

Realidad.- Un 48% de los costarricenses escucha radio diariamente, mientras solo un 33% lee periódicos todos los días. La televisión destaca con un 73% de atenciones diarias, al que debe sumarse un 14% que figura en “casi” diarias.

Al desmenuzar esa sintonía, se repara en que un 24% dedica a la radio de 3 a 5 horas al día, 6 o más horas un 23% y apenas 1 hora un 22%. En  cambio la televisión recoge un 30% que ve 2 horas diarias, un 25% 4 o más horas y un 20% que ve 3 horas.

La sumatoria de estas “atenciones” obliga a dar la razón a la expresión popular que reconoce en toda exageración, que hay “mucha tele” de por medio.

Ahora bien, la pregunta -la gran pregunta-, es aún más puntual: ¿Por cuál medio prefiere informarse el costarricense? No a cuál medio le brinda más tiempo, sino de cuál espera dosis de realidad y no solo de entretenimiento.

Para responder hay que aclarar que no es lo mismo escuchar radio que informarse. Salvo que de modo muy laxo se sostenga que escuchar a Bethoven en la oficina es informarse sobre su obra, o aún más, cantar a Armando Manzanero en la ducha con la radio de fondo, o bien manejar al ritmo de reggaetón, equivale a informarse.

Mucho de la radio –pero también de la televisión y el resto de medios- es entretenimiento, simple diversión, a fin de cuentas, dispersión del tiempo. Y eso está muy bien, pero ya no tanto confundir el ocio con el conocimiento o aún peor, con el poder de informar o la importancia de ser informado, dos aristas entre las cuales pendula la atención informativa que recibe cualquiera de estos medios.

Distribución informativa.- El costarricense, para informarse, opta en el siguiente orden entre los tres medios de comunicación tradicionales: por la televisión se inclina un 80% de la ciudadanía, por la prensa un 11% y por la radio poco más de un 7%.

Pero aún más aleccionante es que en los tres medios la información buscada con mayor interés es la atinente a deportes y farándula, no así a la política o realidad nacional –ni que decir internacional-, cuyas menciones son absolutamente marginales. Tanto, que por pena ajena, es mejor no citarlas.

Claro está que en tiempos electorales la atención a la nota política, es decir, hacia aquella información que afecta -en un sentido u otro- la vida de las personas, tendería a incrementarse plausiblemente. Pero eso no se ha medido aún –hasta donde se- y por tanto no deja de ser una simple hipótesis.

Confusión.- Pero no por ello cabe deducir que como algunos políticos, empresarios y hasta académicos, atendemos cortésmente las invitaciones cursadas por algunos periodistas con un peso relativo reconocible, entonces esos medios –y más aún, esos programas específicos- logran un alcance generalizado en la población.

Ciertamente, asistimos al círculo endogámico donde los mismos que escribimos en las páginas de opinión somos los que nos leemos. Y  posiblemente somos los que replicamos lo leído o escuchado en otros foros. No exagero en ánimo de figurar el problema que pretendo enmarcar: la opinión pública es muy escaza desde cualquier punto que se le mire.

Como muestra de esa tendencia a la superficialidad y pese al sobredimensionamiento del peso relativo de las nuevas tecnologías que han incursionado como agente político y formativo, sépase que solo el 13% de los cibernautas busca en internet noticias que no sean de espectáculo, deporte o sucesos.

Otros temas se abordaron en el estudio que vengo citando y tuve el honor de dirigir. Por ejemplo, si a los ojos del gran público la información presentada por los medios es adecuada y veras, la existencia –o no- de una cultura de expresión, la opinión sobre la información personal que debe ser accesible para ese público (religión, expediente médico, inclinación sexual, etc.) y otros problemas torales del derecho a la información que no han sido abordados con visión autocrítica por los distintos sectores involucrados en el proceso comunicativo.

Ese estudio fue la primera piedra del edificio analítico, cortesía de la UCR y un grupo de conspicuos académicos preocupados por el fortalecimiento del derecho a la información y subsecuente libertad de expresión. Ojalá otros recojan el guante y continúen profundizando en tan serio reto democrático, reconociendo que una opinión pública progresivamente robustecida, se traduce en una democracia enaltecida.

 

 

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