Érase el profesor Iván Villalobos Alpízar, quien escribió el artículo “Intolerancias de izquierdas” en el Semanario No. 1843.
Arranca el articulista con una referencia atinada sobre el “principio de tolerancia” trocado en la intolerancia característica de las “democracias occidentales” o “países centrales”, es decir: democracias burguesas, que el pensador Marcuse denominó, en la década de 1960, “tolerancia represiva” o “falsa tolerancia”, y que por lo demás, funciona como mecanismo de “neutralización política e igualación ideológica” ante el cual el filósofo recomienda rebelarse, pues no da margen a alternativas de cambio social.
Cosa distinta sucede cuando el profesor Villalobos arremete contra “cierta militancia de izquierda”, a la que, sin decirlo, tilda de oportunista, pues le acusa de servirse de espacios democráticos existentes en el Estado burgués y cuidarse de “mantener un pie fuera del “corrompido” cascarón institucional (“democracia insustancial”)”. En dicho sentido, no es ocioso recordar que tal fenómeno deviene en ley del desarrollo social, y que eso mismo hacían los burgueses con relación a sus antecesores históricos y enemigos de clase –los señores feudales (ver Marx y Engels: El manifiesto comunista. La Habana, 1979, págs. 29-30).
A Villalobos la lógica eufemística tica se le sale de la pluma al manifestarse despectivamente respecto del “bloqueo vial” como “arbitrarios brotes de “democracia callejera”” (sic). No dice que los bloqueos, cual “deporte cotidiano”, se multiplicaban durante la lucha que la mayoría del pueblo libraba contra el “TLC”, y que obligaron a la “dictadura en democracia” a arrebatarle al “NO” la iniciativa del referendo, proceso nunca antes practicado en nuestro cascarón institucional. Por último, haciendo gala de la dialéctica kantiana, define don Iván el bloqueo vial como “un medio a priori (sic) no ilegítimo”, en vez de ilustrar al simple mortal diciéndole que “el medio es legítimo”, pues así lo considera el “soberano”, que sueña con darle contenido al cascarón de su democracia.
En el artículo también se critica el comportamiento de algunos intelectuales que se consideran representantes de la “masita ignorante” (vulgo) y se les recuerda su lejanía “del sentir, pensar o desear de las mayorías sociales”; además de que cuestiona “el manido mito de la Universidad como “conciencia lúcida””. ¡Qué raro¡, ¿por qué entonces, durante las jornadas de lucha contra el TLC, algunos intelectuales, la mayoría de la UCR, no daban a vasto con los compromisos que las comunidades demandaban para informarse y así armarse de criterios sólidos respecto del tratado? ¿Por qué los del “sí” intentaron taparle la boca a la “U” desde el mismo tribunal electoral (TSíE) cuando el referendo? Ahora, que no todos los universitarios (académicos profesionales y estudiantes, administrativos y obreros) sean dignos representantes de la conciencia lúcida de la Patria, es falencia que frena pero no impide el despliegue de la vocación filosófica de la Universidad, que con decoro, según palabras de Martí, casi siempre se concentra, como la esencia, en una minoría crítica capaz de alumbrar el camino de la razón.
¡Qué bueno que la “buena política” para don Iván sea la que él considera “buena”: la del medio! ¡Qué raro que en Costa Rica haya gente que piensa como él piensa, y que otra gente piense de un lado y de otro, que para el profesor de filosofía ambos extremos son “mala política”! Y más raro aún que los extremos luchen abiertamente y los del medio resulten salpicados: los “noes” contra los “síes” pringando a los “talveces”; o, en algunos casos, a los “mediadores”, que luchan por minimizar la entropía social, pero que a menudo se inclinan por el más fuerte.
¡Qué raro que en la inmaculada Costa Rica (don derivado del favor divino proveniente de “La Negrita de los Ángeles”, ahora también depositado en la primera magistratura) aún perdure la lucha de clases, fenómeno que es ley social descubierta por los clásicos del marxismo: “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases” (El manifiesto comunista).
Espero haber demostrado que no es necesario escudriñar las vastas obras del marxismo, ni la compleja dialéctica hegeliana (que para Marx ésta reflejaba el desarrollo histórico “patas arriba”), que basta con echarle un ojo al “Manifiesto comunista” de Marx y Engels y a la sencilla dialéctica de su descubridor Heráclito, para entender que las contradicciones de clase, la injusta relación que las clases mantienen respecto de los medios de producción y del disfrute de los resultados de dicha producción, son la causa de la lucha material e ideológica entre ellas; y que basta con mirar el contenido del artículo de don Iván y el que el lector tiene en sus manos para ilustrar la naturaleza inevitable de la lucha de clases. Sólo que, hacemos la salvedad, también desarrollada en el Manifiesto comunista, a cada época corresponden distintas clases sociales que luchan entre sí según sus intereses y diversas formas o métodos de lucha, entre los cuales se inscribe la “tolerancia represiva” que impone al trabajador la burguesía actual según Herbert Marcuse, o las “marchas pacíficas” de aquellos líderes que siempre están dispuestos a respetar la “falsa tolerancia” del cordón policial desplegado por la clase en el poder. Mas si algún “chancletudo” osa romper la barrera policial, éste puede resultar satanizado incluso por los miembros de su mismo equipo… perdón, de su misma clase, y a partir de ahí la violencia nos obliga a despertar.