La mentalidad burocrática –la letra manda– no solo está detrás de las ventanillas.
Es una marea que invade cada rincón de nuestra vida diaria obligándonos a acatarla sumisamente, o a hacer el titánico esfuerzo de desenmascarar su estupidez para no vernos convertidos en la cucaracha de Kafka.
Lo digo porque el respeto a la ley no puede exigirnos obediencia ciega, toda vez que los códigos han sido redactados por seres humanos.Legalismos como errores en el manejo de la escena me parecen sencillamente una figura ridículamente monstruosa en la absolutoria de los asesinos de Jairo Mora. Me niego a analizar tales errores porque mi cerebro los rechaza de plano. Resisto a que un concepto arbitrario de legalidad me los quiera imponer violando mi más elemental sentido común.
Muy por encima de lo que se decide en los estrados, reclamo mi derecho humano a entender la justicia como aspiración comunitaria, imprescindible para que podamos convivir confiando en un sistema creado para colocar cada delito en su lugar.
A esa JUSTICIA invoco cuando cuestiono la validez racional y moral de unos errores que pasan brincando cínicamente por sobre el cadáver de una víctima indefensa brutalmente asesinada.
Otro signo más de una sociedad que colapsa porque ha perdido la capacidad de indignarse ante los absurdos.