Resulta contradictorio que en nuestros días de conocimiento libre y global, la mentira del político siga siendo el medio más importante de que dispone todo gobierno elegido democráticamente para considerarse legítimo en el alma de los pueblos.
La argucia de su utilización se basa en el supuesto de que los pueblos angustiados, escuchan con gran atención e incorporan en sus proyecciones mentales y creencias de lo que hará un candidato, partido o gobierno, aquello que desean escuchar. La política es el terreno más favorable para considerar y utilizar la mentira de manera estratégica, aunque, desde luego, jamás de manera ética o moral.
La mentira tiene el propósito de modificar las opiniones y conductas del interlocutor, utilizando la manipulación de signos y no de fuerzas. Esto es clave porque al mismo tiempo que la mentira, en apariencia, trabaja independientemente de la fuerza, siembra en el administrado una sensación de mansedumbre que lo impulsa a aceptarla obedientemente. Es el mejor recurso de quienes tienen poder o fortalezas. La mentira declara, voluntariamente, una visión de la realidad diferente de la que se tiene por verdadera. Es por lo tanto un acto intencional y oportunista. Miente el que quiere y el que puede mentir, pretendiendo siempre que su falta quede impune.
En el campo de la política las mentiras más usuales se mueven en todo el espectro de las intenciones reales de un aspirante al poder, en lo que podría llamarse su “agenda negra”. Se miente especialmente acerca de las decisiones por tomar que pueden impactar negativamente a un sector de la población; es decir, se miente sobre la transparencia de intenciones y sobre los atributos de la persona del mentiroso. Todos nuestros políticos en los últimos decenios han expresado una convicción ideológica o programática, la cual, tiempo después de ser gobierno, confrontada con la realidad, pone de manifiesto que ocultaba tan solo el interés por un beneficio personal, familiar, de grupo, de partido, pero nunca de acuerdo a su programación inicial ni a las expectativas del pueblo que votó tal programa.
Cuales políticos actúan movidos por el interés general y cuales por sus intereses particulares es imposible de saber a priori. Pero sin temor a equivocarnos, podemos decir que en los últimos cinco o seis decenios todos han actuado movidos por sus ambiciones personales y llegaron al poder gracias a la mentira.
Para que una mentira logre permear las masas y alcance sus efectos se debe tener mucho poder, especialmente económico. Cualquiera que difunda una mentira, si no cuenta con él podrá causar daño a algunas personas; pero el daño masivo que causa la mentira del político solo es posible desde su posición de poder, siendo partido o siendo gobierno. Por eso, la “ingeniería” de la mentira del político es muy sutil y elaborada; debe ser minuciosamente preparada por expertos que solo se encuentran en el ámbito de la política. Las que se utilizan para llegar al poder o para afianzarlo no pueden ser mentiras torpes; así, serán, hasta donde sea posible, resistentes a las fuerzas “detractoras” que las acosarán siempre, tales como las verdades en boca de los “ciudadanos entrometidos”, la ética, la moral e incluso la mentira misma de sus competidores en otros partidos.
Llena su cometido psicológico-social la mentira, cuando crea confianza en el dirigido. La mentira de la clase poderosa, ya se llame partido o gobierno, ensamblada para los efectos masivos que persigue, tiene que ser ante todo convincente y hermosa, debe gustar; pero una vez vendida a los pueblos, preventivamente, el mentiroso sabrá cuidarse de que si éstos la llegaran a descubrir, deben considerarla tanto como algo necesario y conveniente para tomar o sostener el poder (inmoral pero legal), así como sentirla inocente y piadosa. Esta clase de mentira solo pueden construirla los poderosos. En Costa Rica solo los que cuentan con acceso a la exorbitante y corrupta deuda política, y a través de ella a los medios más oligarcas y alineados al poder. Podemos entonces afirmar que antes de ser gobierno, la mentira del político llega a ser, sin duda, la causa del voto y una vez en el gobierno será, necesariamente, sostén y fundamento del mismo.
Ni siquiera es corrupción
Lo que mueve a la mentira;
Es una forma de vida
Que le brindan los Estados
A sus pueblos subyugados,
Por milenios repetida.