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La comedia política de la ingobernabilidad

Hace aproximadamente veinte años se viene manejando por parte de los agentes políticos el discurso de la ingobernabilidad. De este discurso

Hace aproximadamente veinte años se viene manejando por parte de los agentes políticos el discurso de la ingobernabilidad. De este discurso han echado mano muchos políticos, para justificar la falta de competencia para gobernar y la carencia de capacidades para asumir las riendas de un país, que si bien es cierto no es la “suiza centroamericana”, tampoco se puede afirmar que Costa Rica no tiene rumbo como afirman muchos aspirantes a puestos importantes de gobierno.

Se supone que la idea de todo aspirante a ocupar un cargo político, una vez alcanza su objetivo, debería ser coadyuvar al mejoramiento de la Administración Pública como un todo, en conjunto con los demás actores públicos, por lo que no se vale, que una vez en el poder, continúen con el mismo discurso de ingobernabilidad. ¿Qué impresión puede tener la ciudadanía de un gobernante que manifiesta que el país es ingobernable?

En campaña se ofrece la “tierra prometida” con el propósito de alcanzar el puesto de elección popular para el que se aspira, una vez en el cargo, los electores nos percatamos que la tierra prometida es una quimera. Los electores en el afán de tan esperado cambio, se creen el discurso de la “tierra sagrada” de la que brota oportunidades de empleo y en la que todos seamos iguales entre iguales y exista igualdad de oportunidades.

No es que Costa Rica sea un modelo político para seguir, pero sí es un modelo democrático para muchas naciones del mundo. Tenemos más cosas de las cuales estar orgullosos, que cosas de las que debamos avergonzarnos, y eso hace que valga la pena luchar por fortalecer nuestro sistema democrático, por fortalecer la institucionalidad costarricense, por ser costarricenses identificados no con un color político sino con una ideología que trascienda lo partidario. Somos cuatro millones de costarricenses diciendo lo que debe hacerse, pero no se hace nada, y, cuando alguien quiere hacer algo surgen miles de piedras en el camino para bajarle el piso a quien sí quiere hacer algo.

Hagamos que Costa Rica surja por la fuerza de nuestros ideales, y no de ideologías políticas, que en su mayor porcentaje son “ideologías politiqueras”: la diferencia entre estas y aquellas es que las ideologías políticas buscan cumplir la razón de ser de un partido, mientras que las ideologías politiqueras son un fin en sí mismas para “alcanzar el poder”. Existe un hilo muy delgado entre una y otra, por lo que de no tenerse claros los fundamentos ideológicos partidarios todo termina siendo mera demagogia.

Se escucha constantemente que se necesita un cambio, los políticos lo dicen, diversos grupos sociales lo dicen (Vía Costarricense, Agenda Nacional), el Informe de los Notables lo dijo, pero el gran problema es que todos dicen que hay que hacer para mejorar la situación de política, económica y social de nuestro país, pero no se hace nada.

Debemos preguntarnos: ¿Cuál es la solución a lo que se ha llamado ingobernabilidad, y no es más que incompetencia gerencial de los gobernantes de turno? La respuesta es sencilla, pero se requiere lo que los romanos denominaban “ánimus”, sea, la intención y voluntad de dejar de lado ideologías o sesgos partidarios, a cambio de un plan de convergencia nacional, de consenso, donde triunfe la razón por encima de criterios de oportunidad (para alcanzar cargos de elección popular) y de conveniencia (por intereses partidarios y personales). Cuando nos enfrentemos a este fenómeno no cabría la menor duda que nos enrumbaremos a la Costa Rica que todos añoramos.

El consenso debe trascender las ideologías partidarias, en la búsqueda del cometido o interés público; caso contrario no puede catalogársele como tal, y no es más que una estratagema política. En suma, la ingobernabilidad no existe, es una ficción retórica política por medio de la cual se trata de desviar la atención del electorado, nublando el entendimiento de este, para así salvaguardar cualquier responsabilidad propia y de su partido.

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