La geografía ocupa un lugar central en el desarrollo de las ciencias sociales.
Este “giro espacial” incluye un renovado interés por el estudio de las transformaciones en los paisajes urbanos y rurales como causas y consecuencia de transformaciones sociales; así como el aumento en el uso de metáforas topológicas (cartografía, redes, fronteras) para describir fenómenos sociales y culturales.
El creciente protagonismo de la geografía también es palpable en otras áreas como el ordenamiento territorial y la prevención de desastres naturales. De hecho, no sorprende que a raíz de la tragedia de San Antonio de Escazú, los medios de comunicación hayan resaltado el trabajo de varios geógrafos, que en conjunto con otros profesionales, advirtieron sobre la posibilidad de que tales eventos sucedieran.
En este artículo quiero resaltar la contradicción existente entre la clara necesidad de una mayor incidencia de la geografía en nuestro quehacer diario y la creciente mediocridad en la formación que ofrece la Escuela de Geografía de la UCR.
Precisamente cuando necesitamos más profesionales que nos ayuden a articular variables geográficas (físicas, simbólicas y sociales) para comprender la forma en que los cambios socio-ambientales afectarán nuestras vidas, la Escuela pasa por una crisis profunda que obliga a una intervención radical y urgente.
Esta medida es necesaria para que, entre otras cosas, se releve a las “vacas sagradas” que han congelado a la Escuela en el siglo pasado y que no muestran voluntad de acabar con los vicios que sufren estudiantes y funcionarios.
Como muestra un botón. En el contexto de una discusión en torno a una propuesta de un nuevo plan de estudios, las discusiones han girado alrededor de la conveniencia de promover un mejor aprendizaje de sistemas de información geográfica y métodos cuantitativos.
Lamentablemente el debate se ha planteado en términos excluyentes: se enseña a los estudiantes herramientas cuantitativas y geomáticas, o se les enseña teoría social y pensamiento crítico. Esta falsa disyuntiva no reconoce que la capacidad de integrar y utilizar métodos cuantitativos y cualitativos es una fortaleza sin parangón y un requisito indispensable para trabajar en proyectos interdisciplinarios.
De hecho, el grupo que identificó los problemas de estabilidad y otros riesgos ambientales en los cerros de Escazú recabó e integró información espacial, geomorfológica, arqueológica e histórica.
Es evidente que si los geógrafos graduados de la UCR se convierten en profesionales monotemáticos y acostumbrados a usar herramientas desactualizadas, no podrán asegurarle a la sociedad que la información que generamos, o generan otros, no serán manipulados o mal utilizados; tal y como ha sucedido en el conflicto del río San Juan.
Es posible que la oposición al desarrollo del conocimiento geográfico integral surja porque existe un miedo soslayado de algunas figuras de poder y sus alfiles a enfrentar sus limitaciones. Es posible también que esta actitud esté detrás de la clara reticencia a que la Escuela de Geografía realice decididamente, y no a regañadientes, un proceso de acreditación como el que ya concluyó su homóloga de la UNA.
Los ejemplos en la deficiencia de la enseñanza de la geografía en la UCR no se pueden resumir en este artículo. Sin embargo, aprovecho para mencionar algunos yerros notorios: los contenidos de varios cursos son redundantes, desactualizados y ajenos a la realidad nacional; las prácticas de laboratorio están desprovistas de apoyo adecuado para estudiantes; las giras no siempre guardan un claro contenido académico; se reprime la libertad de expresión de los estudiantes; y existe una nula divulgación de los resultados de (infrecuentes e incompletas) evaluaciones docentes.
Evidentemente, los primeros en sufrir las consecuencias de estos problemas son los estudiantes, quienes son engañados con el espejismo de una educación de excelencia.
Por este medio insto a las autoridades universitarias a intervenir la Escuela de Geografía. Les pido que conversen con estudiantes, egresados recientes y algunos profesores que darán fe de la crisis existente. Ante esta realidad, que a todas luces va en contra de la razón de ser de la UCR, el cambio comienza por una renovación de la planta docente y la malla curricular bajo estricta supervisión externa.
Esto con el fin de garantizar que los fondos públicos se usen para mejorar la calidad de la educación y no en beneficio de un grupo de profesores y sus allegados.