Un cambio en la opinión pública no es como un proceso de elección democrático en el que una mayoría gana. Es más bien un rompimiento de un frágil equilibrio donde una minoría manifiesta claramente su posición apelando a un sentido moral, que luego pasa a ser compartido por muchos. Es como un despertar.
En mayo de 1989, por ejemplo, en Leipzig, unos pocos centenares de personas participaron en servicios religiosos contra el régimen de la entonces República Democrática Alemana. Al poco tiempo, pasaron a ser centenares de miles y el movimiento se expandió a otras ciudades tales como Dresden y Berlín. Pocos meses después, para un 11 de noviembre, la cortina de hierro ya había caído.
El 15 de febrero recién pasado puede contarse en la historia de la humanidad como una fecha de similar importancia. Casi seis millones de personas marcharon por las calles de Londres, New York, Madrid, París, Damasco, entre otros. En nuestro país, cientos de personas se hicieron presentes en diferentes momentos frente al Teatro Nacional. La participación fue variopinta: grupos musicales a favor de la paz, artistas mostrando sus habilidades como medio para criticar el «carácter preventivo» de la guerra, grupos clamando por el respeto a la mujer. Pero una gran convicción unía a todas aquellas personas: concebir la paz como única alternativa.
Alrededor del mundo, titulares recurrentes de los principales medios comunican recortes sustanciales en los programas de salud; déficit en presupuestos destinados a la educación; información que se contrapone a los cientos de miles de millones de dólares destinados a la participación y apoyo a la guerra. Estos titulares que reflejan datos tan opuestos de una misma realidad constituyen, sin lugar a dudas, razón de peso para marchar a favor de la paz y creer en ella como única alternativa para la supervivencia.
El significado de las marchas puede ir más allá que de una simple manifestación de opinión. En Inglaterra, principal aliado de los Estados Unidos, la marcha por la paz fue la más grande en la historia contemporánea de ese país. La magnitud de dicha marcha podría poner en discusión -y hasta minar- la representatividad de las personas que se encuentran en los más altos niveles del gobierno, así como la validez de sus decisiones políticas en favor de la guerra.
La participación masiva y sincronizada en favor de la paz en tantas ciudades en el mundo refleja además una cara positiva de la globalización. Es la primera vez que se llevan a cabo marchas simultáneas alrededor del mundo en favor de la paz. Este fenómeno demuestra que el poder de las convicciones personales y el poder que la sumatoria de cientos de convicciones y principios individuales pueden llegar a convertirse en «el otro superpoder». Aunque Estados Unidos decida ir solo a la guerra o con la participación de sus nuevos aliados, las multitudinarias marchas de febrero han demostrado el gran poder que cada individuo tiene al expresar y defender sus ideales.