La guerra que nos ocultan

La guerra en que nos metieron no es fácil explicarla. Ellos, los que mandan, nunca se equivocan. Aciertan casi siempre. Su especialidad es, integrar, esconder

La guerra en que nos metieron no es fácil explicarla. Ellos, los que mandan, nunca se equivocan. Aciertan casi siempre. Su especialidad es, integrar, esconder, domar, incluso, a los que se consideran rebeldes porque tienen un mejor olfato para detectar lo que se está pudriendo. Así se aseguran que el poder de los que mandan de verdad no se presente a las elecciones, se perpetúe y se reproduzca. No faltarán, por tanto, quienes salgan a decir que todo obedece a la política migratoria de puertas abiertas para algunos suramericanos,   gracia a la cual se cuelan sicarios, narcos y toda clase de gentecilla. Otros simplifican el asunto diciendo que es producto del Satanás narcotráfico; mas algunos mediatizarán el problema pegando el grito al cielo   por penas más fuertes, mayor poder policial para controlar muchas veces a gente honesta o facilitar el encarcelamiento de quienes protesten, gracias a la astuta judicialización de la disconformidad social que nos heredó el expresidente don Miguel Angel Rodríguez (19982002). Muy pocos susurrarán porque en esta guerra que sufrimos hay gobiernos extranjeros que la soberanía les importa un bledo.

En el fondo, es la cara de la misma moneda colocada en nuestros ojos para que no veamos una guerra que el Estado costarricense, el originario, está perdiendo, no tanto por falta de capacidad, sino porque hay fuerzas ocultas, perdón, no tan ocultas, interesadas en meternos en la misma espiral violenta que introdujeron en México o Colombia, para luego presentar como única solución el negocio militar de los aviones, los buques, los cañones, las charreteras… En un país que en una sola noche el sicariato asesina a balazos cinco personas y quienes están encargados de parar esta barbarie solo explican que algunos de los “ajusticiados” tenían antecedentes penales, nos ocultan más de lo que podemos encontrar en un expediente judicial. No nos quieren decir que estamos en un país que tienen “patas arriba” desde muchos años atrás en seguridad, en economía, en educación, en solidaridad, en moral, etc., porque hemos centrado la mayor parte de los recursos financieros y humanos de todos los costarricenses, a resguardar la retaguardia del mayor mercado de estupefacientes del orbe. Ustedes conocen ya el final de esta miopía: ya somos país de tránsito y de consumo de toda clase de drogas, con menos educación, menos viviendas y obligados a ver como narcos y ladrones al de la par.

Por eso, causa desazón leer a diputados y otros “transformistas” del sistema quejarse por los helicópteros militares norteamericanos que recientemente aterrizaron en nuestro territorio sin permiso constitucional, mejor dicho, con el visto bueno de un funcionario de tercer nivel del nuevo Estado paralelo ( Ver: Diario Extra y La Nación 22/9/ 2014). Este Estado del que en los ochenta habló el exasesor del ex presidente Óscar Arias, el chileno John Biehl, ( ver más en “Narcotráfico y el Estado paralelo”; José Merino del Río y “ a desmontar el Estado Paralelo”; Alberto Salom, www.metabase.net/docs/bn-cr-r/015540.html) , no ha cesado de crecer desde entonces; eso nos explicaría la presencia de dos discursos a la hora de abordar la guerra silenciosa en nuestras calles y el sicariato. Los primeros tienen explicaciones “lights” para hablarnos del fenómeno y se presentan a las elecciones cada cierto tiempo; los segundos, los que verdaderamente mandan, usted ve que nunca se presentan a comicios, jamás dan la cara, pero nunca se equivocan. Aciertan siempre.

Desde esta perspectiva, el primer Estado tutela principios fundamentales para la convivencia en paz, como que “la soberanía radica en el pueblo”, que la “justicia ha de ser pronta y cumplida”, respeto por el “debido proceso”, “igualdad ante la ley” etc.; los que impulsan el otro Estado, el paralelo, ocultan la actual guerra y hacen aparecer la barbarie como “ hecho aislado”, “guerra entre pandillas”, etc.; son quienes priorizan la “necesidad” de las naves militares por encima de la Constitución Política. Son quienes ante un Poder Judicial lento, que muchos estiman ya tocó fondo y nada se hizo, recurren al sicariato como modelo paralelo de justicia eficiente y competitiva dentro de su propio “Estado”. ¡Esta es la “competitividad” y “eficiencia” que me repugnan!

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