La hora 25 es la primera hora de un nuevo día, la primera hora de una nueva vida; una hora en la que aún las tinieblas dominan y la mayoría disfruta de un confortable sueño. Para Monty Brogan (Edward Norton), es el límite de la vida que ha llevado hasta ese momento como narcotraficante; Monty decide utilizar esas 24 horas que preceden a la hora 25, para «poner las cosas en orden» antes de partir a su «nueva vida».
Esta película de Spike Lee nos muestra a un personaje marginal. Se trata del narcotraficante que se enriquece a costa del dolor ajeno. Sin embargo, sus amigos de infancia y su padre lo han aceptado tal y como es sin cuestionar su forma de «ganarse la vida». Es solo hasta el momento en que debe enfrentarse a la cárcel, cuando se presenta un cuestionamiento y no de esa forma de vida, sino más bien, del hecho de que irá a la cárcel y perderá ocho años de su vida tras las rejas. Hasta ese momento todos habían aprendido a vivir a su lado sin cuestionarlo, más aún con su encantadora personalidad y su lindo rostro; incluso algunos hasta se beneficiaron con sus ganancias. ¿Será acaso que lo que está mal no es enriquecerse a partir del sufrimiento de los demás, sino el «dejarse atrapar» y pagar por ello?
Pero más allá de la tragedia del protagonista, se encuentra el telón de fondo de la ciudad de Nueva York, «crisol de culturas» en el que la violencia interracial es la tónica. Ya Scorsese planteó la fundación sangrienta de la ciudad a partir de la violencia, violencia que alcanzó su clímax con el atentado del 11 de setiembre. No obstante, la imagen del espacio en el que se encontraba el Centro Mundial del Comercio, cubierto de escombros, brinda la posibilidad de la reconstrucción; esta vez, sin cometer los errores del pasado. Pareciera que tal posibilidad desaparece luego de la invasión a Irak y la intensificación de la denominada «guerra contra el terrorismo». Lo triste del asunto es que los monstruos de la intolerancia se construyen en la propia casa…
Cuando ya se acerca la hora 25, Monty es tentado por su padre a escapar, a irse al oeste (como los forajidos) y empezar una nueva vida. Se evoca el mito del oeste como tierra de ensueño, pero también como tierra de fugitivos de la justicia y toda clase de opositores del gobierno y de la ley. Nueva York es la ciudad del sueño americano, en la que todos pueden enriquecerse si trabajan duro y se ajustan a las reglas del juego (la principal: no hay reglas, sino que lo diga Nerón el al). Ahí tenemos California, la ciudad del sol eterno en la que ha sido tejido un mundo de ensueños llamado Hollywood, un lugar en el que es fácil dormirse e ignorar lo que ocurre en el resto del planeta, salvo por los temblores que ocasionalmente despiertan a su privilegiada comunidad.
Monty se enfrenta a esa encrucijada: puede huir al oeste y comenzar una nueva vida (que ni de broma podría ser la vida ideal que sugiere su padre en su largo monólogo); o continuar en el mundo de violencia que ya ha conocido en Nueva York, solo que en esta oportunidad, él será la víctima de las agresiones injustificadas. Al fin y al cabo, siempre la violencia será la ganadora.