En el año 1994 se formó en Costa Rica, con gran esfuerzo de sus fundadores, un partido político; el primero y el único en rechazar la deuda política.
El esfuerzo de sus fundadores y primeros seguidores se basó en tratar de comunicar sus ideas sin más apoyo económico que modestas contribuciones de personas convencidas de que lo que pudre a los partidos políticos es, precisamente, esa inmoral deuda que el Estado le extrae por la fuerza, en forma de impuestos, a los obreros contribuyentes, y que las cúpulas de los partidos derrochan y se roban a manos llenas. Un botín mediante el cual muchos políticos salen de su campaña, quizá derrotados, pero enriquecidos.Que la deuda política es y ha sido un robo desde que se inventó, ya no se pone en duda. Que se ha vuelto un monstruo incontrolable es cosa comprobada; y que ha llegado a ser el usufructo del que viven desvergonzadamente algunos políticos, es también sobradamente conocido.
Pero lo más lamentable es que por tantos años los sistemas judicial y electoral hayan permitido ese desastre y esos excesos, sin que los cuestionamientos a tales políticos sin alma –que se dan con gran frecuencia, ya sea como denuncias concretas o como vox populi a través de opiniones autorizadas de ciudadanos honestos– no vayan más allá de una alharaca que acaba cuando los denunciantes y el pueblo afectado son llevados a la impotencia por el entrabamiento burocrático; pero sobre todo por la alevosa falta de interés; o más bien, por el mucho interés de jerarcas de esos poderes para que tales denuncias se estanquen y no sigan el curso que debieran seguir en cualquier democracia.
Pues bien, aquel partidito que empezó de la nada, sin un centavo, con solo ideales, iba por muy buen camino apoyado en sus principios de honestidad, de libertad, de solidaridad, de independencia de otros grupos… y especialmente por su rechazo a esa legalmente corrupta deuda política.
Era un partido atractivo para muchos ciudadanos que ya conocían que tal deuda es, en sí misma, la más terrible corruptela del sistema electoral y del Estado. Si un partido con esos principios avanzaba a corregir en algo el rumbo del país, entonces muchos ciudadanos se enrolaron e hicieron sus filas significantes.
Primero obtuvo un diputado; a la siguiente campaña obtuvo seis y la cosa iba bien. Si hubiera continuado así muy probablemente ya hubiera sido gobierno.
Pero la desmedida ambición de algunos de sus dirigentes hizo que contra todos los principios que lo formaron, contra sus propios estatutos, contra toda la ética, entusiasmo y honestidad de muchos de sus seguidores y asambleístas, se desdijera y optara por aceptar esa indigna subvención, so pretexto de que mientras los otros partidos la disfrutaban a sus anchas, ellos estaban, decían, “como burro amarrado contra tigre suelto”.
No había tal, debajo del burro solo estaba la envilecida conveniencia de enriquecerse a costa de otros. Oportunistas políticos de obtuso pensamiento cuyas seductoras e hipócritas propuestas cedieron paso al tintineo del metal.
El partido al que me refiero es el Movimiento Libertario, que por tal maldición (desde que compite por dinero y no por ideas) fue de mal en peor.
El que escribe fue uno de sus muchos partidarios iniciales que se decepcionaron y arrepintieron al ver que aquel grupo, de ideales y esperanzas, se apartaba dolosamente de la falsa moral con que nos habían engañado. En sus dos primeras campañas invertí mi tiempo y contribuí para difundir ilusiones (hago un mea culpa y aprendí la lección) cuando era el partido más pobre, pero de más elevados principios de Costa Rica.
Al quebrarse sus principios debí escuchar a mi conciencia y salir corriendo; y así lo escribí en un periódico de circulación nacional: «llegué al Movimiento Libertario a combatir la corrupción; me alejo de él huyendo de la corrupción».
Pero lo más dramático del asunto es que la maldición se cumplió: Hoy es el partido al que más se le han cuestionado manejos corruptos, el mayor derroche de la deuda, y el que en la última campaña tuvo el peor desempeño. Mientras que el partido que aparentemente menos derrochó parece estar alcanzando la victoria total. En ese sentido, tal deuda es como cualquier robo: ¡Una irónica maldición!
De la cual viven algunos
Con lujo y ostentación.
La riqueza producida
Con trabajo del montón,
Es drenada y convertida
En odiosa subvención.