Siempre hemos pensado que el artista, en cualquiera de las disciplinas que se ubique, posee cierta visión que le permite intuir o presagiar condiciones especiales (positivas o negativas) de las situaciones sociales de un país. No olvidemos que las economías se sustentan en la cultura.
Me llama la atención el comportamiento de Jorge Jiménez Deheredia, quien viene elaborando todo un mercado escultórico mediante el apoyo (pareciera), de instituciones ligadas con El Vaticano.
Los medios que los artistas utilicen para dar a conocer sus obras, son respetados, pero no cuando distorsionan o desvían el sentir de un pueblo mediante el empleo de una retórica, con la cual el despertar de una identificación nacional se confunde. Entonces, cuando esto sucede, el problema es alarmante, ya que puede alterar lo esencial de la conciencia que lleva a la identidad.
UNESCO, este organismo está anuente a recibir y escuchar propuestas de todos los países miembros, siempre y cuando lo que se les plantee no conduzca al detrimento o distorsión del corazón y el asidero de un pueblo.
Los primeros pobladores de esta tierra son los indígenas, cuya realidad era ajena al desarrollo occidental que cayó sobre su territorio años atrás. Los segundos habitantes asentados formalmente, que dieron origen a lo que llamamos ahora la cultura costarricense, se fortaleció con un porcentaje importante de inmigrantes de países centroamericanos. Y en el área de la meseta central, sus habitantes dejaron de ser menos tristes por el 18 o 23% de sangre negra, según el estudio de Roger Bastide, en su libro Las Américas negras.
Por otro lado, no hay que olvidar que el 90% de la población costarricense colonial es de origen sefardita, desconocido por la mayoría de los costarricenses, lo que evitó confrontaciones internas.
La visión del anteproyecto de Jorge Jiménez que pretende que su idea, en sí, puede mejorar nuestra identidad, es dudosa. Ese concepto suyo es incongruente por varias razones: la primera que no menciona, es que nosotros somos los segundos pobladores de este territorio y nosotros, los actuales, somos los descendientes de los responsables de la aniquilación de la cultura precolombina. Por lo consiguiente, su aspiración no tiene nada que ver con nuestra identidad, a no ser que nuestra identidad sea tan sufrida por esa mala conciencia que nos legaron los primeros intrusos, que cambiaron la manera de sentir de los primeros pobladores, inculcándoles ese dios monoteísta que es el que poseemos, en vez de dejar esos dioses politeístas con significación terrenal espacial, etc, en el buen sentir de esas épocas. Y sobre el concepto de un monumento desde su punto de vista cosmovisionario, parece no tomar en cuenta estudios, todos especulativos, que han ahondado sobre el sentido de las esferas orientadoras, como una tentativa, pero no una afirmación.
Nosotros los artistas, en el buen sentido de la palabra, no deberíamos alterar nuestra personalidad o la piedricidad en las piedras o maderidad si fuera el caso, ni mucho menos asegurar cuál fue la historia, a pesar de que el agua corre por tantos lados, que se está lavando nuestra memoria.