Un reportaje de La República de mayo del 2009 pasado, decía que: “Costa Rica tiene la menor densidad celular de Centroamérica. Considerando consumos de $20 por persona, nuevos clientes facturarían unos $40 millones mensualmente”.
Hay sin embargo en esa estadística (densidad celular) una falacia. Si no diferenciamos “servicios con contrato” de “tarjetas de prepago”, también podríamos afirmar que Costa Rica tiene la menor proporción de habitantes con acceso a los medios de transporte público, -lo cual posiblemente sea cierto-, porque en nuestro país una mayor proporción de sus habitantes se moviliza en su propio vehículo.
Si no hacemos diferencia entre un servicio por contrato (postpago) y uno de tarjeta (prepago), llegamos a conclusiones erróneas, porque esa estadística contabiliza como equivalentes “servicios” y “tarjetas”, reflejando una realidad diferente a la que pretende cuantificar.
Quien adquiere una tarjeta de prepago es un usuario del servicio, pero no tiene ningún compromiso con la empresa, ni la empresa con él, más que disponer del monto fijado en la tarjeta para hacer uso de los minutos comprados.
El usuario con contrato por el contrario, es un cliente, con un contrato firmado, con derechos y obligaciones, al igual que la empresa. Por otra parte, las estadísticas muestran que un 40% o más de las tarjetas de prepago “registradas” generalmente permanecen inactivas, en realidad no son clientes, -ni siquiera esporádicos-.
El reportaje asume consumos mínimos de $20 por usuario -en promedio-, no por casualidad, sino porque esa es prácticamente la tarifa mínima en regímenes de “competencia”, que contrasta con los $5.2 que cobra el ICE, -no por mucho tiempo más-.
Como si fuera poco, las tarifas por minuto para un servicio de prepago son mucho más altas que las de postpago.
Además de que las empresas cobran el servicio por adelantado y que muchas tarjetas se llegan a perder, dañar o dejan saldos sin usar, con lo cual las empresas hacer un excelente negocio con el prepago, en perjuicio de los usuarios, que por no tener posibilidades económicas de comprometerse con un pago mínimo mensual, se ven obligados a pagar precios mucho mayores a quienes sí tienen los medios económicos para suscribir un servicio postpago, con lo cual terminan pagando un mayor costo por minuto.
Esta es la lógica de la “solidaridad” en ese sistema, que además termina justificando el prepago como la garantía de acceso universal, aunque al final el pueblo se quede sin servicio, porque aunque pueda portar su tarjeta las 24 horas del día, solo tiene el servicio cuando lo puede pagar, a tarifas mucho más altas, -es el costo de ser pobre-.
Las estadísticas también reflejan que Costa Rica tiene las tarifas básicas más bajas del mundo en celular y que los costarricenses somos los que más usamos el servicio, después de Estados Unidos y Hong Kong, a pesar de que no tenemos prepago, al igual que casi no existe en los países desarrollados, como en los Estados Unidos por ejemplo.
Así las cosas, conviene analizar informaciones que nos inducen a pensar que lo bueno en realidad es malo y que lo malo es bueno. Es irónico abogar por llenar a los usuarios de tarjetas, aunque no tengan servicio.