La primera década del siglo XXI ha enseñado algo que será clave en los próximos años y que marcará a las próximas generaciones: la necesidad de una inmediata compatibilidad y armonía con la naturaleza en todas sus formas para bienestar de las sociedades mundiales y como preservación de la especie humana.
La necesidad de una política y economía verdes cada vez es más clara y la ciudad es uno de los blancos por donde se debe empezar, pues en el reino del ladrillo, el metal, el concreto, el humo y la basura, ya se torna necesaria la intervención de hombres y mujeres, con ideas que sean novedosas y que verdaderamente sean para la protección efectiva de los espacios verdes como fuentes de renovación y alivio social.
Conforme pasa el tiempo, más personas se marchan a las ciudades, pues la potencia decisiva que tienen en aspectos económicos, laborales, académicos, financieros y de infraestructura, hace que satisfagan, eficientemente, las distintas necesidades sociales. En el nivel mundial, una de cada dos personas vive en la ciudad y la mayoría se marcha a ella sin estar preparada, promoviendo así uno de los grandes retos sociales de este naciente siglo XXI: el reto urbano de incorporar activamente a la naturaleza en el quehacer citadino de las personas.
Y es que el crecimiento poblacional desmesurado de las ciudades, es el responsable de la gran atrofia que sufre la tierra en torno al cambio climático, al daño ambiental, la escasez de agua, la pérdida de territorio terrestre frente al océano, entre muchos otros. Cada emisión de gas que ocasiona el efecto invernadero y que es catastrófica para el planeta, proviene en un 80%, de los focos comerciales que se gestan en las ciudades.
Las ciudades, como ejes de la economía mundial y de la globalización, también pueden transformarse en centros medulares para desarrollar una política y economía «ambiental-climática-verde» local y nacional, las cuales desplieguen la idea visionaria de promover esa política y economía verdes, basadas en el ahorro y en la protección de recursos para bienestar social y ambiental.
En el caso costarricense, las ciudades deben reestructurarse como verdaderos espacios públicos, con novedosos modelos arquitectónicos ambientales propios de la actualidad y con bienes y servicios de calidad, pero al mismo tiempo, deben contribuir con el mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes, al ofrecer espacios recreativos junto a diversas formas de reciclaje de aguas residuales, de desechos, de eliminación de plagas y de reducción en la emisión de gases como el dióxido de carbono (CO2).
La ciudad no debe ser un mero espacio de bullicio comercial transaccional. Debe ser una esfera creadora que considere que la salud, la seguridad, la nutrición y el esparcimiento, son piezas importantísimas dentro de este rompecabezas sociedad-naturaleza, que reclama cada vez más los diseños de presupuestos participativos inmediatos, que fortalezcan cada acción dentro de una verdadera participación ciudadana comprometida con el ambiente.
Convertir metano (CH4) a partir de la basura, podría ser uno de los primeros pasos por seguir en la producción de energía alternativa y que puede producir, aparte de la experiencia, una gran cantidad de bienestar económico general.
Es hora de que los paneles solares hagan su aparición en casas y edificios de manera uniforme. Los autos eléctricos deben dejar de mostrarse sólo en las aburridas y patéticas exposiciones comerciales y comenzar a mostrarse muchísimo más y con mayor efectividad en las carreteras. La idea japonesa de crear jardines en las azoteas y en las paredes de los edificios para disminuir el altísimo calentamiento, podría significar mucho para Costa Rica en su afán directo hacia el desarrollo. La capacidad ahorrativa y económica de esa idea, permite infinidad de aplicaciones y enormes frutos en beneficio social, además de ofrecer paisajes realmente bellos y contribuir enormemente con la calidad de vida de las personas.
No será fácil, pero si Costa Rica quiere ser el primer país desarrollado de América Latina, como lo han expuesto las grandes personalidades que administran el país, debe empezar a considerar una política y economía verdes, que consoliden la creación de una armonía y fraternidad permanentes con la naturaleza, para obtener un provecho multiplicador de las enormes bondades que ofrece al ser humano.
En muchos países europeos y asiáticos, estas formas de aprovechamiento económico-energético ya son una realidad. Todo su ordenamiento y organización están basados en la generación de políticas coherentes con el ambiente y en el reconocimiento de que es una de las inseparables alianzas que debe tener el ser humano a lo largo de su existencia.
Sus experiencias pueden ser de gran utilidad para Costa Rica, en su carrera por afianzarse como defensora y guardiana del ambiente en que está emplazada, y que servirá en su afán de promover el desarrollo nacional y regional. Será entonces: ¿Un reto urbano?