La inmolación del trabajador informal de Túnez, Mohamed Boauzizi, fue la llama que encendió la gesta libertaria de un movimiento que hoy levanta la voz en el mundo entero por la dignidad humana. Es la protesta de quienes anhelan construir con esperanzas un mundo mejor: la sociedad afectiva.
Hay tiempos cuando la única manera de abrir las exclusas del diálogo, la razón y la sabiduría es, precisamente, apelar a la fuerza del símbolo: siempre cargado de un mensaje emotivo cuya función principal es poner en movimiento la corporalidad humana.
Por eso, los y las profetas de todos los tiempos han sido adalides de la producción simbólica al servicio de las causas nobles y justas; se constituyeron en símbolos de las mismas causas por las que lucharon y dieron sus vidas. No pasan a la historia por sus propuestas de “escritorio”, sino por sus gestos de nobleza y sus máximas de sabiduría cargadas de elementos afectivo-emotivos.
Los movimientos sociales, como el de los indignados, tienen un carácter fundamentalmente profético. Denuncia con la fuerza de la indignación las injusticias y abusos que padecen los seres humanos y los pueblos. Y anuncia con fe y esperanza la apertura de nuevos horizontes. Moviliza porque toca las fibras más sensibles de una corporalidad socialmente agredida y humillada.
Como bien ha señalado Dominique Moïsi (2009) las emociones se han vuelto indispensables para comprender la complejidad del mundo globalizado, y hay que prestar atención especial a las emociones del miedo, la esperanza y la humillación, que están configurando escenarios sociopolíticos diversos. Y, de esta manera, contribuyendo, para bien o para mal, al diseño de la nueva sociedad.
Dadas las características del movimiento de los indignados, una posible falta de consistencia en su propuesta alternativa -doctrinaria o ideológica- racionalmente concebida (¿?) no constituye una debilidad sustantiva. Por cuanto, este tipo de manifestaciones corresponden al perfil de los nuevos movimientos sociales: un orden poscorporativista, cimentado en reglas discusivas, siguiendo la lógica del constructivismo que afirma que “las personas no conocen de verdad sus motivos, sean estos razonables o racionales. Construyen sus motivos en el curso de su acción (…) Las definiciones colectivamente compartidas de normas, intereses, hechos, etc. son el resultado de procesos sociales. Se habla para que algo sea (…)” (Eder: 1998,356-357).
Por otra parte, la juventud que hoy protesta emotivamente tampoco carece de formación racional y científica. Son graduados con varios títulos en universidades de prestigio, quienes al igual que el grupo de estudiantes de economía que decidió retirarse en bloque de la Cátedra de Introducción a la Economía de la Universidad de Harvard, en protesta por su contenido y enfoque, se resisten a oxigenar un sistema agónico. Un sistema que ha rechazado a su juventud ya no tiene futuro, porque el futuro de una sociedad es su juventud. Sin embargo, hay viejos como el que escribió el manifiesto “Indignaos”, Stéphane Hessel, quien a sus 93 años rebosa de juventud, alentando la utopía que nos da vida y esperanza.
El movimiento de las (os) indignadas (os) nos está convocando a proyectar un nuevo orden económico y cultural global. Más allá de una adecuada distribución de la riqueza para superar las desigualdades, se requiere promover y fortalecer nuevos valores para la convivencia intercultural y biosistémica: la sociedad afectiva.