La realidad mágica

Cerca de tres meses han pasado desde que el nuevo gobierno liderado por Luis Guillermo Solís Rivera tomó posesión, muchísimos más eventos han transcurrido

Cerca de tres meses han pasado desde que el nuevo gobierno liderado por Luis Guillermo Solís Rivera tomó posesión, muchísimos más eventos han transcurrido en las esferas sociales desde aquel simbólico evento con el que parecen haberse redimido los fantasmas de la función pública.

La ilusión construida alrededor de la imagen mesiánica del presidente Solís ha adherido así tantas bondades como denotaciones supernaturales, nada más típico de la cultura política latinoamericana; el necesario prócer místico que guíe a la patria a buen puerto, por medio de alegría y apertura, pero que, por su propio bien, no se aleje demasiado de su anclaje histórico.

Ese misticismo se construye sobre redes de poder nuevas; nuevas para aquellos que las mantenían ocultas por mucho tiempo. Estas dinámicas además encarnan la vívida estructura social en la que estamos inmersos, configurándose dentro de un imaginario colectivo cada vez más ecléctico y menos igualitico.

Casi tres meses han sido suficientes para que, desde ese mismo imaginario, se diluya la ilusión que sobre él se construyó. Para todos, el tiempo pasa y con él, las necesidades y las prioridades; después de todo, ahora hasta las lluvias evocan mayores sentimientos que aquella figura del presidente Solís.

Tres meses han bastado para dejar de lado las odiosas divisiones de los comunistas, los radicales y los corruptos, ya todos vuelven a ser aquellas personas que siempre fueron. Nuevamente, frente a los aguaceros ahora todos nos mojamos por igual.

Este misticismo presidencialista, que bien forma parte del imaginario tico, es el mismo que alimenta la idiosincrasia costarricense a niveles que el mismo Carpentier o Márquez hubiesen deseado imaginar. Aquí, donde la lluvia se mezcla con el calor y la discusión del momento.

Pero, repito, la ilusión fundacional se disuelve cada vez más a favor de la noticia del momento, ya sea el de aquellos que sin paga salen a reclamar, o de lo que unos cuantos deportistas planean hacer en un torneo. El aura mística del Presi se va así como lo hizo la barrera de arbustos frente a la sede del Ejecutivo.

Por mientras, todo sigue igual; pronto florecerán los mismos huecos en las mismas calles, las mismas inundaciones y deslizamientos donde siempre se vaticinan, el mismo aguacero que siempre nos empapa. Después de todo, hay que comer, hay que pulsearla, hay que sobrevivir el día a día.

No por nada los tres meses son medida justa para que el tico cambie su foco de atención, característica esencial del imaginario colectivo. Pasada la fiesta hay que buscar reintegrarse y rápidamente encontrar otra distracción, porque ocupamos distraernos de la vida; vivimos en una selva de locura social, económica y política de la cual se debe resguardar la sanidad mental a través de fotografías eufóricas de una vida que a veces se presenta ajena.

Hace tres meses la mayoría era ferviente seguidora del PAC, y de Luis Guillermo Solís, transcurrieron los días siendo huelguistas; empezaron las lluvias y todos chocaban y, en un abrir y cerrar de ojos, todos pasamos de ser ciudadanos a ser aficionados, patriotas y héroes mundiales.

El mágico devenir se nuestra sociedad es único; somos tan sólo habitantes de una extraña selva de contradicciones e ilusiones que se presentan diariamente y se materializan con igual frecuencia. El constante asombro es una cualidad privilegiada que muchos, dentro de este mágico pedazo de tierra, ostentan, y muchos más adquieren de un día al otro, de un mes al otro.

No es esto un mensaje odioso contra lo que somos y representamos, sino una toma parcial de la realidad que nos rodea y que, para bien o mal, caracteriza lo que nos hace ser y lo que nos hace seguir. Una reflexión de la divina capacidad de olvidar y reiniciar, y de aquella −más terrenal− de apegarse a un contexto y no dejarlo ir.

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