Mientras las redes sociales se inundan de memes y los medios de comunicación hacen leña del árbol caído, por la estrepitosa derrota sufrida por la selección local ante Alemania en semifinales, hay un aspecto de mucha mayor importancia sobre el que casi no se ha reflexionado. Los disturbios provocados por la derrota dejaron docenas de automóviles y negocios calcinados y una persona fallecida; además se reportaron múltiples saqueos y desorden generalizado, en varias de las principales metrópolis de ese país.
Aun tratándose de la peor derrota futbolística de la historia, podría parecer que semejantes actos no tienen explicación. Sin embargo, si hacemos un repaso a lo reportado en los últimos meses, sobre el descontento existen en la población carioca, existen indicios de que esto se veía venir y a quien hay que culpar no es al técnico ni a los jugadores; perder es parte normal de una competición deportiva. La culpa recae sobre el gobierno brasileño, por su mal manejo de la organización del mundial y en la FIFA, que no debió designar como sede para un encuentro tan costoso económicamente, a un país que, a pesar de los avances obtenidos en la última década, aún pose millones de personas por debajo de la línea de la pobreza.Es entendible el disgusto de la población, si se toma en cuenta que los $11 billones de derrochados en la organización de esta copa, superan en gran medida lo que en su momento se permitieron gastar países desarrollados que alojaron la competición, tales como Alemania, Francia, Corea del Sur y Japón. A esto hay que sumar múltiples denuncias de desvíos de fondos, desalojos forzados de miles de personas, a las que solo se les pago una fracción de lo que valían sus propiedades, estadios que se convertirán en elefantes blancos e infraestructura que probablemente nunca se finalizara.
Incluso si Brasil hubiera ganado el mundial goleando a todos sus rivales, aún se podría hablar de una tragedia nacional por lo descrito anteriormente. Algo fatídico es que este patrón probablemente se repetirá en Rusia 2018 y Catar 2022, países con múltiples problemas sociales, que se gastaran billones de dólares en un evento que no le traerá beneficios a la población a largo plazo.
La única forma de devolver algo de credibilidad al proceso de selección de las sedes del Mundial, consiste en que la FIFA exija no solo un determinado número de estadios modernos, hoteles de lujo y aeropuertos de primera, sino estudios económicos y de factibilidad, que comprueben que el país designado puede llevar a cabo las obras sin tener que hacer recortes de presupuesto a la salud o la educación, sin tener que hacer desalojos masivos y que las obras construidas no se convertirán en elefantes blancos que se terminaran derrumbando por la falta de medios para darle presupuesto.