La minería a cielo abierto allende nuestras fronteras se ha ganado, merecidamente, mala fama. No solo la minería.
Basta recordar la triste historia en el pueblo de Bhopal, India, donde la transnacional Union Carbide operaba una planta química; la fuga de gases tóxicos mató y dejó lisiados a miles de habitantes.
Estas empresas soslayan sus responsabilidades gracias a “Estados Soberanos” débiles y desde luego corruptos, que no protegen con hidalguía y firmeza los intereses nacionales ni a sus trabajadores.
Hoy en Costa Rica la historia se repite, al mismo son que en el pasado; se antepone el interés privado al público, pues en vez de prevalecer el principio del cuido y protección de la naturaleza, se declaró de interés oficial el proyecto minero de Crucitas.
En esta ocasión, no podemos dejar de reprochar a ciertos políticos, por recordarnos, con enorme tristeza, que tal vez no hemos superado el amargo y triste statu quo de “Banana Republic”.
Se han señalado riesgos ambientales en el sitio de la mina y ex situ, por el gran peligro del transporte de grandes cantidades de cianuro de los puertos al yacimiento. Esta ruta transcurrirá mayormente en una cuenca que drena al río San Juan. Un accidente que contamine un manto acuífero o un río en Costa Rica, tendría un efecto catastrófico local y eventualmente en el río San Juan. Así en el peor escenario, siempre posible, el daño ecológico y económico al país sería inconmensurablemente mayor que los beneficios que se pueden derivar de esta actividad. La eventual contaminación del Río San Juan nos expondría con certeza a un juicio internacional reclamando a Costa Rica una indemnización millonaria. Si algo puede salir mal, tarde o temprano saldrá mal. El reciente accidente minero en Hungría no podría ser mejor ejemplo.
Adicionalmente, hay que contabilizar otras pérdidas por vías no menos importantes, principalmente el deterioro de la imagen del país como destino ecológico. Este cuño exitoso es el resultado de múltiples acciones en el campo ambiental, que han tardado muchos años en madurar y promocionar a un costo muy alto. Este esfuerzo se podría perder muy rápidamente con repercusiones económicas funestas.
El turista extranjero, especialmente el europeo y el norteamericano, valora nuestros logros ecológicos y la belleza de nuestra naturaleza, lo que se refleja en una visitación ascendente. Las estadísticas de la década pasada, que arrojaron en promedio un aumento del 10% anual, lo confirman rotundamente. En un futuro cercano, de acuerdo con las tendencias que derivan de una mayor conciencia ecológica de la humanidad, esta ventaja comparativa de Costa Rica podría ser más valiosa aún: ¡preservar y cuidar es un buen negocio!
En efecto, la mayoría de nuestros visitantes son turistas cultos, muy sensibles a las cosas ambientales y aprecian el paisaje y la experiencia sedante que le ofrecemos. Evidentemente es una clientela diferenciada que ha costado seducir, tal vez muy diferente a la que viaja preferiblemente a otros destinos turísticos como Miami y las Vegas. En consecuencia, es imperativo cuidar estos consumidores quisquillosos, en aras de una política comercial atinada; otra ruta sería una estrategia empresarial ruinosa. Esto lo sabe muy bien el Instituto Costarricense de Turismo (ICT). Incluso, una eventual indemnización a la empresa minera, sería mucho menor que las pérdidas potenciales que traería la disminución en la afluencia de turistas.
No todo es dinero; la preservación de la naturaleza es además nuestro logro, para el disfrute y regocijo de los costarricenses de todas las edades. Este es el diamante, la joya de la abuela que heredaremos a nuestros hijos y nietos. Es la vitrina, también, para que ellos se sensibilicen y aprendan a amar y cuidar el entorno natural. No es justo estropear esta alhaja por intereses que no riman con la ruta que este país escogió. En caso de ocurrir una tragedia ambiental mayor, ¿quién desearía visitar el Bhopal de Centroamérica?
A todas luces, es innecesario e insensato tomar tantos riesgos para favorecer a inversionistas foráneos, que son los únicos beneficiados en este negocio y que en caso de una tragedia ambiental, soslayarán irremediablemente sus responsabilidades. Esta amarga experiencia debe servir para poner la barba en remojo y enmendar los portillos legales que facilitan la complicidad de costarricenses inescrupulosos, que no escatiman esfuerzos para anteponer sus intereses económicos, al mantenimiento del capital natural que la mayoría de los costarricenses avalamos.
Las dudas aumentan y existen criterios muy calificados que señalan serias debilidades de la propuesta minera; el principio in dubio pro natura debe prevalecer. La respuesta sensata la tenemos los ticos; creemos que no somos tan domesticados y sabremos dar las luchas que haya que dar para parar este adefesio.
Ahorremos; no permitamos la mina en CRUCITAS.