Las palabras en la cultura, la historia y la política nacional

Las palabras no son mercancías aun cuando por ellas medie el dinero en la sociedad fetichizada del presente, ellas son la manifestación de relaciones

Las palabras no son mercancías aun cuando por ellas medie el dinero en la sociedad fetichizada del presente, ellas son la manifestación de relaciones en espacios sociales, pletóricos de historicidad. Las palabras en la paz, la guerra, la solidaridad, el amor o cualquier relación social, son medios para la comunicación en contextos sociales compartidos.

Las palabras no son un conglomerado mecánico de signos, ellas tienen un contenido solo trasciende los signos e idiomas, son medios para la interrelación cultural entre personas, grupos descifrable en la socialización cultural e histórica. La importancia y contenidos de las palabras están asignadas por quienes y para quienes se emiten o publican las palabras, su significación y sociedades, aun cuando no es el único modo de comunicación, pero es quizás, una forma privilegiada para la reproducción de la vida en las comunidades culturales.

Las palabras van más allá de sus usos particulares, han sido producto de siglos de evolución colectiva y de creatividad humana. Ellas representan la diversidad y complejidad de las relaciones sociales del pasado y el presente. Ignorar sus determinaciones sociales, es renunciar a comprender y a conocer.

La heterogeneidad de contenidos en los usos de las palabras, es la expresión de la riqueza de la integración social de los pueblos; ellas abrigan sentimientos, conocimientos e ilusiones, más allá de la posesión y acumulación de tesoros de una sociedad mercantilizada.

El conocimiento idiomático es insuficiente para comprender los contenidos de las palabras en las culturas. Las palabras no son signos organizados para ser comprendidos idénticamente por todos, así como tampoco lo permite su construcción sintáctica, para entender su significado se requiere de la participación y conocimiento de las culturas e idiosincrasia de los grupos y sociedades. Las palabras en su representación social, puede unir a unos, pero también separar a otros, aquellas generadas por la individualidad, la arbitrariedad, la mentira o el chantaje, no son expresiones comunicativas, culturales ni históricas, son edictos unilaterales que como mandatos no invitan al coloquio, solo exigen obediencia. Se empobrece la palabra que siendo medio para la comunicación no permita interactuar con las opiniones, interpretaciones o posiciones de otros en la pluralidad social.

La palabra es una creación humana que también se ha humanizado, no solo porque es usada con intencionalidades particulares, sino porque crea y posibilita identidad y comunidad entre personas y pueblos, no solo por la existencia de lenguas, sino porque ellas se articulan de modo particular para dar cabida a multiplicidad de contenidos significativos. Las palabras sin contexto solo son signos y sonidos, sin la impronta subjetiva que determina y valida socialmente sus contenidos. ¿Las palabras y los conocimientos idiomáticos comunican? ¿Hay comunicación sin cultura ni historia?. Las palabras en la comunicación social integran, pero sin contexto separan y distancian a las personas por ser vacuas e inviables.

La humanidad ha progresado como nunca antes y lo seguirá haciendo por la palabra; ella trasmite contenidos y articula sociedades, pero también permite acumular conocimientos, así aprendemos de otros, de otros tiempos y espacios. El progreso social, así como el avance científico y técnico tienen en las palabras su constructo, así como la vida misma depende de ella. No es posible conservar ni reproducir conocimientos, identidad ni sociedad, sin palabras trasmitidas y acumuladas. El Homo Neanderthal no supervivió, porque no hablaba ni escribía; por ello, la especie fue condenada a su desaparición, del mismo modo se sentencia a una cultura y sociedad, que limite o impida leer y escribir a las personas.

La colonialidad del saber busca imponer palabras y significaciones de otras historias y culturas como si fueran propias, para garantizar la perpetuación del dominio. Las palabras como manifestaciones culturales han sido en la historia mundial fuente de oposición y resistencia contra toda forma de colonialidad.

Cuando imaginamos que son propias las palabras ajenas a nuestra cultura o que expresan iguales conocimientos, valores e ilusiones, habremos perdido los sentimientos, colectivos comunitarios, para ser eternos migrantes en el propio espacio social. La destrucción de nuestra identidad y la adopción de otros significados a nuestras palabras, quizás sea el mayor triunfo de la colonialidad del poder, no obstante, los valores e historia de los excluidos, dominados y perdedores no desaparecen. Las palabras, en ocasiones, se harán silenciosas, invisibles o clandestinas en los excluidos, ante a la colonialidad excluyente, porque no existe cultura de vencedores, superior ni de elite.

La incomunicación social contemporánea ante la masificación de los medios y técnicas de la comunicación, ha empobrecido los contenidos de las palabras. Esto es, no son los instrumentos los que determinan la comunicación, como tampoco lo hacen los que hablan en plazas públicas o con los discursos de algunos diputados en la Asamblea Legislativa, donde se habla mucho y se dice poco. Los discursos circulares, tautológicos e inconsistentes sobre la realidad social, cultural o la crítica política, de algunos mal llamados políticos, no expresan la riqueza cultural ni inteligencia del pueblo, por ello son discursos vacíos e inconsistentes. Algunos personajes de la política latinoamericana actual, se ufanan de no leer, solo actúan o imponen. Los ignorantes de sus sociedades y de los temas y conocimientos acuciantes de la época, están incapacitados de representar sociedades y de expresar con palabras, la riqueza de las culturas, problemáticas y sentimientos de los pueblos.

El aparato institucional estatal costarricense, reestructurado liberalmente durante más de tres décadas, transgredió su construcción social e histórica, así como afectó su presente y puso en peligro el futuro ciudadano y nacional. La dictadura del pensamiento único creó paradójicamente una institucionalidad paralela contra el Estado Social, la fe pública, los derechos ciudadanos y la pluralidad cultural del pueblo costarricense. El liberalismo dicotomizó el Estado para pervertir su función social, para antagonizar y paralizar las instituciones públicas.

Las palabras de los liberales, de ayer y hoy, son ajenas de la historia y cultura nacional, son de la colonialidad del poder, de aquellos que pretenden barrer cualquier resistencia y oposición popular y nacional, de aquellos que desean que hagamos nuestro, lo extraño a nuestros intereses, necesidades y anhelos, de aquellos que buscan encubrir el lucro privado, con discursos en apariencia moralista y de prácticas anacrónicas, para transgredir lo ciudadano, lo público y lo nacional.

La descomposición de la política y los políticos antagoniza con su construcción originaria costarricense, así por ejemplo, las palabras de aquellos personajes que se le ha asignado o elegido para el cumplimiento de funciones públicas, se creen líderes, autócratas o tiranos, que imaginan que sus palabras son ineluctables o que la democracia significa obediencia ciega a sus mandatos o mayorías. La colonialidad del poder en la sociedad costarricense, se manifiesta transparentemente en lo que paradójicamente se ha convertido en la dictadura parlamentaria.

 

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