Más que hablar de menos o más Estado sin más, convendría hablar de la eficiencia del Estado en términos de su capacidad real de atender necesidades de la población adecuadamente.
Ningún país desarrollado ha logrado serlo sin Estado, pues ha sido desde el Estado que se ha impulsado el desarrollo económico y social de los diversos sectores, a través de las políticas públicas. La crisis de 2008 en EE.UU. puso de manifiesto que el Estado es necesario, incluso para los ricos, quienes se niegan a pagar impuestos como deberían, pero sí piden rescates millonarios cuando sus empresas quiebran.
Frente a esto, las nuevas plazas en el Estado siempre van a ser necesarias ante necesidades crecientes y diversos programas y servicios que requieren ser operados por alguien. El tema pasa también por discutir qué están haciendo las plazas existentes y si quienes las ocupan son suficientemente competentes, pues sabemos que muchos funcionarios públicos, desgraciadamente, son desaprovechados o bien son incompetentes y en algunos casos ni siquiera tienen una labor clara que cumplir, sin hablar de los absurdos laberintos burocráticos creados para justificar plazas, estas sí, muchas veces innecesarias.
Creo que sería más productivo ver cómo se han distribuido las nuevas plazas, que simplemente satanizarlas por hacer crecer el Estado. Las soluciones mágicas no existen, sólo el trabajo duro e inteligente y esto tiene mucho que ver con desarrollar una cultura de evaluación integral, que nos permita conocer realmente si los esfuerzos están sirviendo para algo o no y desde allí tomar decisiones de qué programa se quita o se pone, o a qué se le asignan recursos y a qué no.
Gracias al desarrollo del sector público en el tercer cuarto del siglo XX, Costa Rica mejoró sustancialmente sus índices de desarrollo, por lo cual se conoció ese período como «la época de oro de la clase media», la cual se engrosó, brindando oportunidades de movilidad social ascendente a amplios sectores de la población. Nadie pondría bajo cuestionamiento que esa inversión pública rindió frutos.
El Estado es necesario, de eso no hay duda; el tema es cómo hacemos para gestionarlo correctamente en función del bien común y no del particular, como tristemente parece estarlo siendo en la actualidad, a sabiendas que las grandes transformaciones que nuestro país requiere necesitan, de hecho, de un Estado sólido y eficiente. Por ejemplo, si Argentina, al nacionalizar la petrolera española no logra éxito, la factura será enorme y podría darse un efecto de retroceso a la privatización, profundizándose el modelo neoliberal.
Esta discusión sobre la calidad de la gestión pública ha sido una discusión tachada de tecnócrata y es cierto, tiene mucho de asuntos técnicos, pero si no se discuten apropiadamente los asuntos técnicos será imposible convertir los discursos ideológicos de grandes transformaciones sociales en realidades. Suene bonito o no, guste o no, lo técnico marcará la diferencia en cuanto al cumplimiento o no de un determinado objetivo de Estado.
¿Dejaríamos a un hijo ser operado en manos de alguien sin la formación y experiencia pertinentes? Pues tampoco deberíamos seguir dejando los asuntos públicos en manos de gente abiertamente inexperta o incompetente. Por ejemplo: ¿Cómo puede alguien ser Ministro de Educación, Presidente de la Caja y luego de ICE sin ser experto en cada uno de esos temas? ¿Cómo puede alguien ser Canciller y manejar bien un conflicto limítrofe sin ser experto en la materia? ¿Podemos poner al portero de delantero y viceversa o al juntabolas de árbitro y esperar obtener buenos resultados? La respuesta parece caer por su propio peso.
Ciertamente el telón de fondo y el horizonte lo marca lo ideológico, pero después de eso el manejo del terreno de lo concreto requiere pericia especializada y eso, con mucha frecuencia, pareciera olvidarse o verse como algo de importancia menor. Al final de cuentas, los gobiernos y los políticos serán juzgados por los resultados de su gestión. Por sus frutos los conoceréis, dice la famosa cita que talvez valdría la pena recordar.