¿“Laudate se….” anticipado?

Uno no puede sino aplaudir la última encíclica del papa: fiel a su nombre recuerda a aquel Francisco medieval. Texto revolucionario,

Uno no puede sino aplaudir la última encíclica del papa: fiel a su nombre recuerda a aquel Francisco medieval. Texto revolucionario, porque anticipa un deber ser, al mismo tiempo que saca sus raíces en la filosofía diaria de aquel converso, amante de la naturaleza…

Esa conducta promovida en pleno siglo XXI, la encuentro en germen de pensamiento y de estilo en nuestra Costa Rica de hace cien años. Deseo demostrar esta aparente contradicción por una obra que bien vale la pena volver a leer, como quien dice ahora en calidad de precursora de tendencias tan contemporáneas: refiero a “En una silla de ruedas” de Carmen Lyra (citaré por ed. URUK, 2011)

Toda obra literaria tiene un consciente manejo del lenguaje como instrumento, por lo que no es raro encontrar personificaciones, como cuando el narrador afirma que “la silla de Sergio era un mueble triste” (15:); son legión los ejemplos donde la naturaleza adquiere características de las personas. También en: “una barba espesa y rubia entre la cual la vejez sembraba ya su plata” (35); “el agua dormida” (51); “la vocecita de un hilo de agua” (51 y 58); “la música de las gotas de agua” (99)… “El agua de la acequia pasa su murmullo a través del blanco silencio del jardín” (221).

También cabe un proceder al revés, donde lo humano se orienta hacia la naturaleza: “(ella) hacía el efecto de una briznita de hierba” (19), “en la alegría echaba ramilletes de chispas inofensivas como las de la piedra de afilar” (31); “una sonrisa tibia que hacía pensar en esas columnitas de humo que salen de las chozas, señal de que en el pobre hogar hay fuego” (38); “el ánimo de Sergio se encogía como las hojas de la adormidera” (56), etc.

En un análisis más completo podríamos observar el uso concienzudo de la sinestesia, buscando interferencia entre un sentido y otro, o el recurso literario nunca porque sí, con florecitas gratuitas. Al contrario, aflora un voluntarismo, una búsqueda de relación entre el ser humano y su entorno directo, hasta en contacto con lo extraterrestre: “el jardín adormecido por la luna” (218); “la inquietud y la alegría de la infancia, prisioneras en este cuerpo condenado a vivir en una silla de ruedas asomaban siempre por sus ojos y sus labios, como esos traviesos rayos de sol” (16).

Todo se construye en anhelo de afecto, a tal punto, que en cúspide de cierto realismo va lo mágico: … “a la vera del camino hay un árbol lleno de florecitas color de oro, y él [Sergio, el personaje principal] es este árbol. Sus piernas se han hundido en el suelo; son unas raíces negruzcas que serpentean entre la sombra húmeda y apretada de la tierra…” (…) Siente que la ternura es la savia que corre por el tronco y las ramas” (222).

El papa Francisco no va tan lejos: lo suyo no es el animismo indígena; eso sí, invoca con fuerza el espíritu de san Francisco dejando por fin ese complejo de superioridad heredado de cierta visión unilateral de la Biblia; lo que nos cabe encontrar es el sentido divino tras la creación unitaria, hombre y entorno.

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