Sin embargo, la frase que nos dejó anonadados, también en la costanera sur, provenía de un rótulo dizque conservacionista: “Corredor ecológico. Haga silencio…”. Detrás de nosotros bufaba un enorme camión-cabezal conducido, seguramente, por uno de esos tantos energúmenos que pululan en nuestras carreteras, el cual compresionaba como loco a modo de (amedrentar) exigir espacio para adelantar. El ruido de ese monstruo se escuchaba kilómetros a la redonda haciendo, de seguro, que mapaches, monos, pizotes, ardillas y otras especies huyeran despavoridas ante el infernal escándalo. No sabíamos si reír o llorar.
Así, desastrosa y culturalmente, andan los asuntos en nuestro terruño: casi todo texto público o es propaganda espuria o letra muerta. La Constitución Política o Carta Magna: letra muerta. Los principios y valores: letra muerta. La ética: letra muerta. Las promesas: letra muerta. Los planes de gobierno: letra muerta. La consulta y/o el voto popular: letra muerta. La lucha contra la corrupción: letra muerta. El parlamento y sus leyes: letra muerta. Los medios comerciales: cebo y sesgo. Las “redes sociales”, en su generalidad: tontada, proselitismo, autobombo y desconsuelo. En fin…
Lo vivo de este país, por fortuna, son los amplios sectores sociales descobijados por el estado neoliberal y condenados por el mercado total. Es decir, la sabiduría popular que recomienda guarecerse de mensajes viciados por la retórica y la chabacanería política de nuestros “representantes” o “políticos” de turno. En otras palabras, la voz de la plaza pública, esa que renueva constantemente la lengua con su fisga y sus parodias, la que, casi siempre, coloca la paleta en su lugar. Basten dos ejemplos: 1. Debajo de una pintada que rezaba: “Cristo viene, preparese (sin tilde)”, le colgaron: “Por Sansa ya hubiera llegado”. 2. “No fume mota, somos muchos y queda poca”.