Lo políticamente correcto en Costa Rica

Las sociedades requieren de mitos para su funcionamiento. Los mitos no necesariamente corresponden a realidades históricas pero

Las sociedades requieren de mitos para su funcionamiento. Los mitos no necesariamente corresponden a realidades históricas pero, incorporados en los intercambios cotidianos, operan como tales. Mientras exista estabilidad sociopolítica, actúan como palanca del comportamiento social y cemento aglutinador del estatu quo. Pero, cuando la estabilidad se fractura, por inconsistencias o contradicciones entre la realidad y lo que los mitos justifican, los discursos públicos y privados empiezan a ser eco de tales contradicciones.

La llegada de un gobierno PAC (inofensivo a los intereses dominantes), el fortalecimiento del FA y la crisis y desplazamiento de los partidos tradicionales representantes de los sectores hegemónicos (llámense aliados nacionales o corporaciones transnacionales del nuevo liberalismo globalizador) han generado un removimiento de sensibilidades que lesiona la mitología dominante. En esta existe una “manera política correcta de decir las cosas”. Y aquí, excepcionalmente, todos corren (derecha, centro e izquierda), a sintonizarse para decir lo suyo dentro de los límites de esta camisa de fuerza. La derecha no tiene problema porque la camisa le calza perfectamente. Se han dado, sin embargo, muestras de “descamisamiento” cuando algún mortal, por decisión razonada o desliz desafortunado, profana lo políticamente correcto en Costa Rica. Meses atrás la diputada Ligia Fallas del FA, dijo que Costa Rica le producía asco y la periodista A. Rueda se desgarró las vestiduras por tal atrevimiento, como si Costa Rica fuera una entidad ultraterrena, supongamos la Negrita de Cartago, y no una realidad sociopolítica, en la que día a día, además de bellezas, ocurre sicariato, trata de personas, desaparición de menores y corrupción de conspicuos figurones, empresarios o políticos de turno. Después cuando el Gobierno intentó incluir en el INA, cursos de economía social solidaria (donde el solidarismo puede tener su campito), las cámaras empresariales pegaron el grito al cielo. Tan peligrosas iniciativas bolivarianas ponían en entredicho la sacrosanta economía neoclásica, hoy fuente de todas las verdades.

El escándalo más reciente fue la declaración del sindicalista F. Chaves, asumida como amenaza a la libertad de prensa por empresarios, políticos, periodistas y demás especímenes. Se le calentó la cabeza a F. Chaves, no hay duda. El problema fue decir lo que muchos trabajadores de la administración pública piensan de esta campaña y de paso decirlo de forma “políticamente incorrecta”. Existe un ataque altamente visible y despiadado contra la administración pública que corresponde al modelo de acumulación del capitalismo corporativo globalizador. Para comprobar la tendencia basta revisar, específicamente, el interrogatorio acusatorio que le hizo la revista Ojo (N° 239, 16-09-2015) a la ANEP o la obsesiva recurrencia a titulares y ausencia de análisis comparativos en medios impresos, radiales y televisivos que pongan en su justa dimensión el problema sin convertirlo en el único responsable del déficit fiscal. Se está cebando una polarización social de la cual es muestra la discusión con F. Chaves. A. González, director de La Nación S.A., además de condenar la amenaza, se apresuró candorosamente a aclarar que “no estaban demonizando el empleo público” e hizo el malabarismo de distinguir entre “los miles de empleados públicos que no han conseguido los privilegios desorbitados que tienen estos señores que representa al Sr. Chaves”. Se le olvidó que las convenciones colectivas, piedra de discordia, cubren la totalidad de los empleados, incluidos altos mandos y no solo a sindicalistas. Ahora la derecha hace lo que achacó a los partidos comunistas, en la época de la Guerra Fría, incentiva la lucha de clases y, en este caso, lo realiza enfrentando al sector público con el sector privado.

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