vivencia inmediata del mundo. Ni la información rigurosa, ni la actitud crítica son requisitos de la
existencia cívica, solo le es necesaria una actitud específica hacia el Estado. El modo específico de
ser, pensar y actuar ha sido configurado por años de obligatoria memorización de fechas y sacrificial
participación en los rituales cívicos.El ciudadano es conciencia configurada antes que informada.
Se conecta a la red para actualizar su Facebook, chatear un rato, jugar o leer alguna página rosa. Si
opina, sus juicios tienen el peso de superficiales ocurrencias y chismorreos pretenciosos. Se deja llevar
fácil por la circunstancia. Através de la red solo se convoca a los que están prestos a ser convocados.
Cierto es que la información disponible es abundante, subutilizada en el mejor de los casos, obviada
en la mayor parte de ellos. La conciencia informada es prerrogativa de unos pocos que aburre a
demasiados.
Contrario a lo deseable, la conducta ciudadana es comportamiento de masas. Responde a esas
condiciones. Se configura bajo una articulación de emociones e imágenes. Por ello es fácil planificar su
desarrollo y aparición coherente. La opinión pública es opinión de masas intencionalmente provocada.
Estamos muy lejos de un ciudadano rousseauniano.
Solo cuando la conciencia cívica se enfrentada a la decepción con su mundo, la indignación y
frustración le permiten actitudes de una conciencia informada. Lejos de ello sigue actuando con la
ingenua confianza. El ciudadano solo necesita de la marquesina belleza para vivir con agrado cada
lugar de su mundo. El espacio debe procurarle lugares agradables, el tiempo momentos gratos. No
puede sobrevivir a una existencia vaciada de “lo bello”, “lo correcto”, “lo cierto”.
Si su mundo es separado de estos, por razones de lucro, de privatización, su vivencia diaria se agota en
desventura. El espíritu agobiado desprecia aún su propia existencia al tenor de la abominación por su
mundo. Encerrado entre espejismos distorsionados el desgaste del mundo lo decepciona. El alma se
llena de ira, la voz se convierte en grito, el rostro bello se esconde tras el pasamontaña zapatista. Puño
en alto, bandera y grito, el reclamo por su mundo se convierte en clamor cívico. Protesta con la energía
de la pasión, pero no hay utopía tras su gesto. No hay cabida para ello. Lo que despreciamos nos es por
ello inútil.
Protestar por las mil situaciones que no deberían ser, por un mundo ruinoso y una vida cargada con
excrecencias, se consume en un instante. Hoy la conducta cívica no tienen más capacidad que la de
sostener la vivencia ciudadana por unas horas.
Para que el perfil de ciudadano se mantenga articulado, y que el imaginario nacional mantenga el
conjunto de sus significados, su vinculación orgánica con el pensar-actuar de la persona ha de estar
imprescindiblemente mediada por los requerimientos de belleza y progreso a los que la conciencia
cívica han sido referida. La primera mediación provoca la percepción de agrado y orgullo, la segunda
le da esperanza y confianza en la solidez de su mundo. Sin el orgullo de vivir en un mundo confiable,
el ciudadano no puede participar en los eventos cívicos con una actitud festiva, plena de esperanza
en su futuro, sino con un gesto de disgusto exaltado por su presente, a la vez que de desaliento por su
mañana.
Esa actitud, en unos momentos tempestuosa, en otros abatida, aleja finalmente al ser humano de los
valores que lo constituyen en persona y le dan su dignidad. Ser humano enajenado se presta fácil a la
lógica mutiladora del capitalismo. El ciudadano deja atrás así el interés común, el beneficio patrio, la
solidaridad humana; se convierte en víctima del egoísmo y la maledicencia. Se presta de lleno al juego
de la reproducción ampliada del capital, pasa de sujeto a objeto. De ser humano a fuerza de trabajo que
se desgasta en sí misma. Rostro desdibujado de persona valora a los demás solo como poseedores de
capital, los ve por encima de su hombro con indiferencia y desprecio.
El mundo pierde através de él la belleza integral que lo hace habitable. Los escaparates luminosos de
los lugares exclusivos le ciegan la vista a la miseria cercana. Cuando se apague esa luz, se le oscurecerá
la vida.