Tres notas altas de las últimas elecciones: la irrupción de nuevas fuerzas políticas con aires de cambio resumidas en el liderazgo constructivo e inteligente de Luis Guillermo Solís, la crisis del bipartidismo –que en realidad son dos caras de una misma moneda–, y el abstencionismo.
Desde hace un tiempo, el “partido” más grande lo componen –aunque pasivamente– los abstencionistas. Así, si se repara en que Óscar Arias (2006) se reeligió con el 26.1% en aquella elección en que el abstencionismo alcanzó el 34.8%. Laura Chinchilla fue incapaz de motivar al 31% del padrón del 2010. Y en esta primera ronda de febrero 2014, el abstencionismo rondó el 32% del electorado, casi igual a los dos candidatos más votados.Comprender para vencer: Vale la pena desagregar a los abstencionistas para que no solo se piense con simpleza, al invocarlos, en protestantes y desentendidos.
Así que, para ir diferenciando, entiéndase que hay dos planos como mínimo. Uno territorial (objetivo) y otro más bien personal (subjetivo).
El abstencionismo no es el mismo en las elecciones locales que en las nacionales, ni es paritario en las zonas rurales y urbanas. Solo este 2 de febrero, en las tres provincias costeras, rondó el 40%, mientras en las cuatro provincias del Valle Central no alcanzó el 30% del padrón.
En relación con el elemento subjetivo, el abstencionismo consistente, el núcleo duro que no vota en ninguna elección, ronda el 5%. (UCR. 2005)
En cambio, el abstencionismo variable (entre el 26% y el 29%) es más flexible. En una palabra: vencible.
En síntesis, hay un 5% que no votará sin importar lo que pase, pues nunca ha votado ni espera cambiar su tesitura. En cambio, el resto de abstencionistas es más variable y atiende distintas razones. (Flacso. 2003)
Abstencionismo atacable: Primero, un abstencionismo estructural que no vota, no porque no quiere, sino porque no puede. El caso de los enfermos, los ausentes, los alejados de su domicilio electoral, los que perdieron su cédula o no se percataron que estaba vencida e incluso aquellos que, aún concurriendo a la mesa electoral, no pudieron votar por algún defecto de empadronamiento. Aquí se ubicaban los radicados en el extranjero y los presos hasta hace poco.
Segundo, un abstencionismo apático, que pasaría por simple ausentismo si no fuera por sus efectos políticos. Aquí a veces opera la ramplona pereza, conjugada no pocas veces con el menosprecio del voto, que no es otra cosa que ignorancia pura y dura.
Tercero, el abstencionismo político que no es más que una protesta cívica, que principia la desobediencia civil. No está este sustrato abstencionista, necesariamente, compuesto por malos demócratas, pues contiene una crítica intencional que es válida en democracia (principio de indemnidad), en tanto se dirige contra los partidos o sus candidatos, e incluso, contra el sistema electoral que los sustenta.
Rebuscando, puede sumarse a estas tres formas de abstencionismo, una cuarta expresión: el voto nulo o en blanco. Este último sería una suerte de abstencionismo activo o participativo. Acude a la urna, pero invalida su voto al marcarlo de más o de menos, restándole todo sentido o dirección y, por tanto, cualquier valor político.
Entender los abstencionismos es atacarlos.