El juego de los diablitos. Estamos en presencia de la mayor efeméride del pueblo, orientada ideológicamente al control político y su visión cosmogónica desde dentro de la comunidad, como una necesidad de organizar la vida social frente a los retos del presente, pues Boruca forma parte de Costa Rica y ellos no ignoran ni rechazan su condición de nacionales, todo lo contrario, quieren que se les conozca a fondo, se les respete, y se los integre como parte de la riqueza de lo que significa ser costarricense en una sociedad pluridiversa y multicultural; ellos estaban aquí desde antes de que llegaran los españoles, europeos y otros inmigrantes.
En su estudio sobre La máscara: objeto de comunicación artística, ritual y lúdica (2004), Guiselle Chang Vargas concluye que el valor esencial de esta efeméride: “La fiesta de los Diablitos, que se realiza en los poblados indígenas de Boruca y Curré –al sureste del país- es una tradición de gran sentido colectivo, que data de la época colonial. En ella se representa la lucha de los indígenas (quienes portan máscaras de Diablitos) contra el dominio español (representado en una armazón de palos forrados con gangoches, al que se le agrega una máscara de toro, con cachera real). La celebración es un elemento de cohesión social y de fortalecimiento de la identidad cultural, donde el elemento máscara ocupa un papel fundamental como instrumento de conciencia colectiva o participación mística”.
Detrás de la máscara. Estamos en presencia de un acto político disfrazado de ceremonia y ritos sociales carnavalescos. En realidad, son las fiestas del héroe nativo Cuasrán, que simboliza la constante lucha entre la cosmogonía, valores y práctica de su herencia pasada frente a los del extranjero, que pone en peligro su supervivencia, porque el toro ha dejado de ser solo España para convertirse en todo aquello que es de fuera y cumple esa misma función de embestirlos y destruirlos. Si bajan la guardia, si pierden su alma el mismo Estado costarricense terminará de destruirlos y sepultarlos definitivamente, condenados a ser objetos de vitrina y exaltación de interrogantes y especulaciones ludopáticas, fotografías y notas de museo, y no seres vivos y reales entre nosotros.
Interacción en la fiesta. En estas fiestas hay que tener respeto a la tradición y a sus antepasados, porque Cuasrán puede estar presente sin que nadie lo sepa, puede estar a la par de uno, conversando con uno, dicen en la comunidad. Es parte del juego. Él vigila, visita de incógnito las comunidades donde se hace la celebración, cualquiera puede ser Cuasrán, por esto es que también hay que atender a todos porque no se sabe si llegó o no llegó.
En su artículo Descripción y análisis de la fiesta de los diablitos de Boruca, (1988), Carmen Rojas Chaves refiriéndose a aspectos de interacción comunitarios, ha observado que, “durante el tiempo de la celebración el interés de los pobladores debe centrarse en la fiesta. No se debe sembrar ni recolectar. Está prohibido salir del pueblo e ir a los cerros… Quien ascienda a algún cerro, será castigado por Tatica Cuasrán, quien en los días de fiesta pierde a quienes se arriesguen a hacerlo; o bien, les permite regresar, pero les envía mala suerte y diversos castigos a lo largo del año”.
Amenazas. En la región, las fuentes de trabajo son escasas. La migración de hombres, mujeres y familias en busca de mejores oportunidades económicas y de desarrollo personal, es evidente y constituye una real amenaza de desarraigo y pertenencia locales, unido a que la modernidad se llevó valores y costumbres que se perdieron siglos atrás.
También hay que considerar otros elementos externos que se filtran en los asentamientos humanos de Boruca y Curré, como el testimonio que la misma Rojas Chaves, recoge en Boruca: “En diciembre de 1986 escuché a algunas mujeres quejarse de que el año anterior la celebración había fracasado porque en el lugar se habían hecho corridas de toros. El pueblo había seguido de cerca las corridas y había dejado de lado la fiesta, desestimulando a los participantes, algunos de los cuales habían optado por retirarse. Estas mujeres habían amenazado con destruir y quemar el redondel, en caso de que otra vez se hicieran corridas de toros”.
Con la fiesta “El juego de los diablitos”, activos humanos, históricos y corajudos de nuestra patria, las comunidades de Boruca-Curré se integran de lleno a viva voz en nuestra identidad y nacionalidad costarricense que los había tenido excluidos, son nuestros compatriotas y nos abren sus puertas amigas para que el mundo se acerque y los conozca como personas y no solo como objetos de antropología y museo.