Mucho se ha escrito sobre el 11 de setiembre. Particularmente, acerca del horror que significó el atentado que, mediante aviones kamikazes, destruyó las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York. Ocurrió el 11 de septiembre del 2011.
Este acto bestial se lo atribuyó el supuesto islamista saudí Osama Bin Laden (supuestamente muerto, aunque su cuerpo no aparece) y su organización Al Qaeda. Esta oscura organización, emparentada con los talibanes afganos, fue fabricada en sus orígenes por la archimillonaria oligarquía saudita, la CIA y el MOSSAD, instrumentalizando la resistencia a la ocupación soviética de Afganistán en los años 80. Contó con la promoción y el amplio financiamiento de las madrasas fundamentalistas, como centros de reclutamiento y adoctrinamiento.Más allá de lo que se pueda inferir o especular, lo cierto es que los atentados al WTC le sirvieron como anillo al dedo al expresidente texano (y magnate petrolero), Bush Junior, para desplegar la ofensiva de los halcones del Pentágono (“blood for oil”). Algo parecido a lo que ahora hace Obama sirviéndose de ISIS, que el propio Snowden, exagente de la Seguridad Nacional norteamericana, ha filtrado como otro Frankenstein imperialista, para justificar una nueva escalada guerrerista y desviar la atención sobre el genocidio de Israel en Gaza.
Pues hoy, es justo recordar otro 11 de setiembre, tan trágico o más, que el del 2001. En la punta austral de nuestra América, Chile jamás se olvida.
Otro 11 de setiembre, en el año 1973, se produjo el golpe militar contra el gobierno electo de la Unidad Popular, encabezada por Salvador Allende. El golpe fue liderado por el general Augusto Pinochet, supuesto militar constitucionalista de confianza de Allende. El golpe fue promovido por la CIA, como parte de su estrategia de contrainsurgencia en el Cono Sur (Plan Cóndor), que llevó a la instalación de las dictaduras de seguridad nacional en Chile, Argentina, Brasil, Uruguay.
El golpe fue diseñado por el sionista Henry Kissinger, secretario de Estado norteamericano, mano derecha del presidente Richard Nixon, así como fue alentado con todo por las corporaciones mineras como la Anaconda Minning Company y la corporación ITT, en represalia por las nacionalizaciones del cobre y las telecomunicaciones, implementadas por el gobierno de la UP. Asimismo contó con la complacencia de la oligarquía del Partido Nacional, y desde luego el concurso de los paramilitares de la ultraderecha fascista de “Patria y Libertad”, así como con la venia o complicidad por omisión −eso sí, más disimulada y circunspecta− de la Democracia Cristiana, encabezada por Eduardo Frei padre.
El saldo trágico: más de 30 000 detenidos-desaparecidos; sucumbió la flor y nata del activismo del movimiento obrero, estudiantil, popular, mapuche, del arte y la intelectualidad de izquierda. Entre ellos destaca el gran cantautor Víctor Jara, encontrado desfigurado en un predio cerca del río Mapocho, el 15 de setiembre.