Confieso que es cierto lo escrito por Alberto Cortez: “Cuando un amigo se va/ queda un espacio vacío/ que no lo puede llenar/la llegada de otro amigo/.Cuando un amigo se va/ queda un tizón encendido/que no se puede apagar”. Formó en nuestra escuela de comunicación a innumerables periodistas, junto a Hugo Assmann (brasileño), Alán Fajardo (hondureño) y Felix Loarca (guatemalteco). Juan Mario partió, calladito, cuando apenas iniciábamos la discusión sobre la responsabilidad intelectual frente a futuras elecciones en Costa Rica, Argentina, Chile, Colombia y Venezuela.
Es indudable que las posiciones sobre el tema del pensador y exministro boliviano Raúl Prada Alcoreza (en Rebelión: “Conservadurismo de los intelectuales”), cobra relevancia aquí reventados ya los “alisios” electorales, aunque a decir verdad comulgo solo en parte con su brillante ensayo. En su momento comenté a Juan Mario de cara a futuras elecciones en Venezuela que esperara bloqueos de camioneros como hizo la CIA en Chile de Allende; en tanto en Costa Rica, el oficialismo nadie lo pararía en el 2014, pues parte del Estado está a su disposición. Ahora estamos informados que “creó” su propia red en instituciones públicas para garantizar votos y que, desde cualquier perspectiva que se vea, esta campaña resulta atípica (Ver Semanario UNIVERSIDAD 2014).Todo resulta atípico. El Tribunal Supremo de Elecciones ahora es “árbitro” y hace ingentes esfuerzos para evitar que el abstencionismo no supere el 20% en febrero de 2014, tasa de inconformidad que de aumentar, sería algo así como un escopetazo a este “árbitro” estatal. Se habla de un paquetazo fiscal y de tener uno de los países con más inequidad social, etc. Generalmente, los intelectuales a la hora de abordar el tema electoral dejan como sensación ser sumamente “críticos”. No es que esta “crítica” no tenga, en ocasiones validez, solo que planteada “formalmente” (estadísticas, discursos, chismes, etc.) desemboca, quiérase o no, en “conservadurismo intelectual”. Esta posición acomodadiza generalmente elude siempre la cuestión estatal; es decir, la cuestión del poder. Los abogados sabemos que el Estado es esencialmente violencia concentrada, es el aparato privilegiado de las estructuras de poder, de los diagramas de poder, el Estado es la macro-institución primordial, como escribió Prada Alcoreza.
En esto coincidía con el amigo que partió. Él parafraseaba al ensayista boliviano al recordar que cuando se habla del uso del Estado es algo parecido a una ilusión; pues precisamente el Estado como campo institucional, como campo burocrático, como campo político, es el que termina, en incontables ocasiones, usando a los “revolucionarios” y a los “progresistas” para legitimar su existencia.
La historia de las revoluciones no está al margen de estas contradicciones entre la esencia del Estado y el uso de su poder; para muestra un botón llamado América Latina, donde muchas revoluciones si no resuelven esas dos contradicciones, terminan las “derechas” e “izquierdas” pareciéndose, en cuanto el uso del poder y la violencia estatal.
Salvo contadas excepciones debidamente documentadas, este cambio de paradigmas sobre el Estado y la cuestión del ejercicio del poder, es decir, en beneficio de mayorías étnicas o élites privilegiadas, “bien común” o “bien” en función privado, por ejemplo, están resueltas. No quiero decir que en ocasiones este conservadurismo intelectual no hace la diferencia entre los distintos gobiernos, denominados por él como pro socialistas, progresistas, nacionalistas, pro capitalistas, reaccionarios o neoliberales; lo que digo es que no se debería argumentar que es preferible guardarse la crítica a los “progresistas” para no dar armas a la derecha, cuando lo que subyace en la crítica son los nuevos alcances del Estado y el ejercicio del poder. Por eso dije a Juan Mario que si las “izquierdas” o los “progresistas” fallan en esta campaña con las cuestiones esenciales -uso del poder y esencia natural del Estado costarricense- en la campaña electoral del 2018 los “grandes” temas electorales variarán poquísimo.
¿Con quién, amigo, debatiré ahora?