Los retos del nuevo gobierno

A partir del pasado 8 de mayo de 2014, se inició una nueva etapa en la política costarricense.  Las expectativas son grandes, porque las

A partir del pasado 8 de mayo de 2014, se inició una nueva etapa en la política costarricense.  Las expectativas son grandes, porque las circunstancias coyunturales así lo manifiestan. Muchas parecen ser las razones para pensar un panorama de cambio en el imaginario de la sociedad costarricense.

El desgaste y la corrupción de un partido que durante muchos años gobernó el país sin más rumbo político que sus propios intereses, el ascenso al poder de un político poco conocido, la subida temeraria, según piensan saqueadores e incautos, de un partido de izquierda, la amplia participación electoral de un pueblo ayuno de formación política, la casi aniquilación parlamentaria de partidos de extrema derecha, conservadores religiosos y seudorepresentantes de minorías.

Estos factores han hecho que el ascenso al gobierno de don Luis Guillermo Solís genere expectativas y llene de esperanzas y sueños a un pueblo abandonado y expoliado por vividores de la política tradicional. Los grandes maestros de la filosofía nos han enseñado que el fin último de la política es la satisfacción de las necesidades humanas y la búsqueda del bien común, que lleve a la felicidad de sus ciudadanos. Sin embargo, ese fin último dejó de ser prioridad desde hace muchos años, en la práctica política de nuestros gobernantes. Fue desplazado por los grandes intereses económicos; se aspiraba al gobierno, al poder, para acrecentar la riqueza de unos, comprar con billetes la conciencia de otros y saquear las finanzas del Estado con fallidos proyectos.

Todo eso, y mucho más, es lo que el pueblo espera quede en el pasado de la política tradicional costarricense. Un pasado muy reciente, pero no por eso espeluznante. En la década de los 80 los PAE y la falsa neutralidad perpetua solo fueron instrumentos estratégicos al servicio de espurios intereses y oscuros democratismos. Los gobernantes leguleyos del gran capital recibieron millones de dólares diariamente para sostener un discurso inmoral, acomodado a los grandes intereses económicos y políticos, que para la época intentaba reacomodar la geopolítica latinoamericana.

Pero los falsos procesos de democratización en América Latina cambiaron el interés de las grandes potencias hacia las naciones tercermundistas. Las ayudas multimillonarias en dólares dejaron de llegar y el bipartidismo dejó de repartirse tan cuantiosas sumas de dinero.

Entonces había que buscar nuevas formas de enriquecimiento ilícito. Los partidos y los políticos tradicionales volvieron sus ojos al interior del Estado. La única fuente de lucro, acumulación y ganancia, ahora estaba en saber saquear las arcas del Estado. Pero para esto era necesario poner en puestos estratégicos a gente deshonesta y fácil de manipular. El nivel de corrupción se disparó y todo el aparato estatal empezó a ser desmantelado.

Todo nos indica que iniciamos una nueva forma de hacer política. Estamos ante un presidente con poco arraigo politiquero, un partido nuevo, contamos con un pueblo deseoso de cambio, percibimos una juventud más pensante y, por primera vez en la historia patria, una gran fracción legislativa en poder de la izquierda.

El gobierno de don Luis Guillermo Solís debe aprender del pasado, para construir en el futuro inmediato y a largo plazo. Nuestro actual presidente muchas veces actúa como lo que siempre ha sido, un profesor, un docente, en todo el sentido de la palabra. Y eso es muy bueno.

Un buen formador no se deja apantallar por el poder. Sigue siendo como lo que es, un labrador, un escultor de hombres y mujeres que buscan construir una sociedad más justa y más humana. No necesitamos políticos manejando los destinos de la sociedad.

Lo que necesitamos son hombres y mujeres honestos, creativos, llenos de valores morales y espirituales, que antepongan las necesidades de los que menos tienen, por encima de los intereses de partidos y de grupos empresariales.

Si don Luis Guillermo Solís sabe interpretar el signo de los tiempos y se acomoda a las necesidades de su pueblo y no a los intereses de las mafias económicas, tendremos buenos gobernantes para muchos años y nuestra sociedad disfrutará de ser, tal vez no la más feliz del mundo, pero al menos la más honesta y con un mayor respeto por el ser humano y su entorno.

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