Los tiempos de la ominosa realidad costarricense

Noticias recientes han protagonizado la viralidad en redes, y en esta ocasión de forma anómala dichas reproducciones no están ejecutadas tras el “click” del “compartir”,

Noticias recientes han protagonizado la viralidad en redes, y en esta ocasión de forma anómala dichas reproducciones no están ejecutadas tras el “click” del “compartir”, sino que habilitaron los trazos de escritura de aquellos y aquellas que decidieron poner fin a la angustia con un estado en su Facebook, o al menos con un comentario “muy personal” como adhesión a las noticias.

Quizá lo que más me alarma de la situación descrita no es su vía de expresión, ni su forma de sublimación de realidad, más bien, es que son ellos (sí, masculinos, patriarcales), los cínicos de las cuatro ediciones que hablan la cotidianidad, los que han mentido en innumerables oportunidades, los que sostienen campañas políticas selectivas, los mismos que se enmarañan económicamente con aquellos a quienes prestan voz, en los minutos de oro audiencial que nosotros y nosotras con beneplácito, casi agradecidos, consumimos. Ellos, si, ellos, son los que hoy disponen sobre la agenda pública (llamémosla «agenda discursiva») tocar los más íntimos hilos de la sensibilidad humana, si es que algo de eso queda acá y no se le acusa de paso de comunismo. Ellos, los constructores (¿o constrictores?) de la realidad, dueños de miles de páginas de análisis sobre su función; ellos, los que nuevamente dirigen el dolor, porque una cámara y un micrófono lucran con esta condición humana.

A mí, como a cualquiera, se me estremeció la existencia de escuchar la noticia sobre lo acontecido en la periferia norte con el caso de abuso sexual a una niña y de asesinato a un niño, quienes con escasos 9 años en promedio, conocieron en sus cuerpos la milenaria violencia humana; que por cierto es estructural como nos susurraba Martín-Baró desde la decadencia salvadoreña. Igual que a muchos (as), los comentarios sobre la fertilización in vitro en relación con el nacimiento de los sextillizos me repugna, siento alergia de tal forma de expresión anquilosada en las cruzadas de la Edad Media, siento náuseas y desesperanza de saberme compatriota de esos y esas para quienes al igual que esta madre blasfema, el homosexual es pecador, y los desenlaces trágicos son justicia divina para estas conductas contra-naturales. No obstante, ninguno de los dos casos es un caso aislado, más bien, son paisajes de una realidad omitida.

Lo que me consterna e incomoda, insisto, no es el derecho de sentir tales cosas, si no, el tiempo determinado en el que lo sentimos, lo efímero de su reacción, lo intrascendente de su respuesta. Cual si fuera la próxima colección de invierno de Hugo Boss, el sufrimiento en la actualidad tiende a asomarse en oleadas temporales determinadas por el “tic-tac” del cubrimiento mediático, como si por momentos tuviéramos destellos de poder sentir en lo más hondo de nuestro ser, que el yo no existe si no es porque lo sostiene un otro, y que esta relación, actualmente está permeada por un maltrato, un quiebre en nuestro lazo social. Pero esos destellos, valerosos, potables, no alcanzan para una claridad mayor, la cual es vital en el incansable esfuerzo de vislumbrar una dirección distinta, esa que ha sido hartamente literalizada en utopías, limitadamente intentada en praxis; ese camino distinto, que nos permita atenuar una relación tan profundamente dañada entre nosotros (as) no es posible si nos es propio el dolor ajeno, exclusivamente como noticia.

Mientras sean ellos, los dueños de la verdad cómplice de semejante demencia social quienes nos agenden el sentimiento, difícilmente lograremos revertir tanto dolor, mismo que por cierto ya se desborda y es insoportable. Punzante como de costumbre recordaba el dramaturgo Bertolt Brech: “Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles” agregaría yo con el atrevimiento necesario: “hay los que sienten toda la vida, esos son los imprescindibles” ¡Hago un llamado a la perdurabilidad de lo sensible, en tiempos modernos, en tiempos acelerados! Quizá la permanencia, se haya vuelto revolucionaria.

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