Una boda real, una beatificación y un ajusticiamiento fuera de la ley. Tres acontecimientos en un solo fin de semana trasmitidos en vivo y a todo color que fueron seguidos con atención por millones de personas en todo el mundo.
Cuando observaba esos curiosos sucesos no podía dejar de preguntarme con asombro si ya no estábamos en el año 2011 sino que, por alguna extraña razón, el planeta entero había dado un salto atrás para volver a los viejos y añorados (al menos por algunos) tiempos premodernos; esa “virtuosa” época cuando los sacerdotes tenían la última palabra en la toma de decisiones políticas, cuando los gobernantes no eran elegidos por el pueblo en elecciones libres y democráticas, sino que ya estaban destinados a ser reyes desde que nacían por “voluntad de Dios”, cuando el fundamento de las leyes no era la razón sino el “derecho divino”, y cuando a los sujetos que cometían un delito no se les juzgaba en tribunales con garantías de un proceso justo, sino que eran ajusticiados en el acto (y si sufrían bastante antes de morir, mucho mejor…).Con extrañeza y curiosidad observé las imágenes de miles de personas en Londres, festejando una ostentosa boda pagada con el dinero de sus propios bolsillos, algo que sin embargo a la mayoría de ellos parecía no importarles. Luego observé un multitudinario ceremonial en Roma, al mejor estilo medieval, para honrar a un personaje de dudosas credenciales, realizado por una cuestionada institución (¿una cortina de humo para ocultar las numerosas acusaciones penales que llueven en su contra?). Por último, observé las imágenes de cientos de jóvenes (sí, ¡JÓVENES!) celebrando en Nueva York el asesinato de un ser humano como si se tratara de festejar un triunfo del Real Madrid o el Barcelona…
Por último, no pude evitar cuestionarme: ¿Hacia dónde va la humanidad? ¿Será acaso que, como me dijo alguna vez un estimado colega docente, nos estamos convirtiendo en una especie de cavernícolas con IPhones? Y lo más importante: ¿Qué podemos hacer al respecto?
La única solución que se me vino a la mente es la receta que propuso un grupo de pensadores que vivieron a mediados del siglo XVIII en Francia para combatir la ignorancia y la superstición, pensadores que serían después conocidos como los “Ilustrados”. ¿Qué proponían ellos? Algo relativamente sencillo: Democratizar el acceso a una educación crítica que promueva los valores democráticos y republicanos; en otras palabras, universalizar el amor al conocimiento y a la cultura, es decir, a lo mejor que hemos construido los seres humanos durante los últimos 25 siglos.
Si conocen otra solución, avísenme. Pero me temo que en las condiciones actuales no existe otra salida. Así de simple.