En 2011, la periodista italiana Constanza Miriano publicó un libro titulado Sposati e sii sottomessa. Pratica estrema per donne senza paura (Cásate y sé sumisa. Experiencia radical para mujeres sin miedo).
En Italia, donde muere una mujer cada dos días a manos del marido o compañero, la obra se constituyó de inmediato en “un bombazo editorial” y el diario católico L’Osservatore Romano lo calificó como un divertido manual de evangelización.En España, donde la violencia machista se indemniza diez veces menos que la terrorista, el Arzobispado de Granada lo tradujo y lo publicó en su editorial Nuevo Inicio, por su “interés” y “concordancia con los preceptos cristianos”. Allí también fue otro “bombazo” de ventas que, según algunas conjeturas, pueda deberse al tono “a medio camino entre el Antiguo Testamento y la Super Pop”.
Pero el verdadero bombazo se lo han llevado las mujeres, quienes de pronto se hallaron ante la “mujer cristiana” de Juan Luis de Vives y “la perfecta casada” de fray Luis de León, con cofia y delantal, cuando ya las creían reposando en paz desde hace más de 400 años.
El miedo al que se nos aconseja renunciar para ser felices es al de aprender la sumisión. Y es que, según la autora, “no somos iguales a los hombres”. “La mujer lleva inscrita la obediencia en su interior”, es “principalmente esposa y madre”; “el poder no está hecho para nosotras”; “nuestra identidad es “la acogida”, “la sumisión”, y “la obediencia”, como “actos de generosidad”.
El hombre, en cambio, “lleva la vocación de la libertad y de la guía”. Como resultado de esa desigualdad básica, no se nos puede “dar dignidades parejas”.
En consecuencia, nos recomienda “dar un paso atrás en la vida personal” y “aprender a reducir nuestras propias expectativas”, porque “no hay nada de audaz ni de heroico en hacer solo lo que nos apetece: la verdadera transgresión es ser leal”.
Por lo tanto, “aunque ya no estemos obligadas a la servidumbre, podemos elegir servir por amor y como respuesta libre a nuestra vocación”, es decir, la de felpudo que traemos como indeleble marca de nacimiento.
De este modo, la autora nos prescribe las conductas que nos harán felices: dale la razón al marido “aun cuando no la tenga”; si debes elegir entre lo que te gusta a ti y lo que le gusta a él, “elige a su favor”; “en caso de duda, obedece”; “sométete con confianza”; “si algo que tu marido hace no te parece bien con quien tienes que vértelas es con Dios: puedes comenzar poniéndote de rodillas y la mayoría de las veces todo se resuelve”.
Y por si ya no estuviéramos a punto de arañar las paredes, todavía nos advierte: “Cuando tu marido te dice algo, lo debes escuchar como si fuera Dios el que te habla”.
En fin, la autora es un ejemplar acabado de lo que José Luis Sampedro llamaría una mente colonizada, incapaz de crítica ni de razonamiento.
Aunque en Italia la obra se acogió con aplausos, en España levantó un polvorín, pero igual se vende como pan caliente. Varios sectores manifestaron su malestar y se envió una carta al Arzobispado pidiendo que se retirara. El Arzobispo, que calificó la polémica de ridiculez e hipocresía, ni siquiera contestó.
Es lógico, no iba a permitir que le arruinaran el negocio. Se intentó abrir una causa al considerar que la obra es contraria a varias leyes y hasta a la propia Constitución, pero la Fiscalía no le dio curso. Mirino, al enterarse, alegó que si la denuncian a ella “deberán denunciar también a San Pablo que fue su inspirador, y retirar todas las Biblias del mercado”.
Y va a ser que sí. Tal vez lo más sensato respecto de su manual de sumisión es tomárselo filosóficamente, pensando, con Frederich Schiller, que “contra la estupidez, los propios dioses batallan en vano”.