Finlandia es un país al que probablemente la mayoría asociaríamos con gente rubia, blanca, con hielo, frío y un ambiente apacible.
Ciertamente eso es así, pero sorprendería ver cuántas cosas tiene en común con la Costa Rica de hoy, la de décadas atrás y cuánto podríamos aprender de su quehacer cotidiano como nación desarrollada en el norte de Europa.
Pese a que la motivación principal de visitar ese país se debe a razones eminentemente artísticas, me parece que la riqueza vivencial da pie a extrapolar esa experiencia a múltiples ámbitos de la vida.
Finlandia es uno de los países verdes de Europa. Casi todo su territorio es bosque asociado a nombre de bosque Taiga, el cual en verano muestra su máximo esplendor. También hay presencia, en un grado menor específicamente en la franja que se encuentra muy al norte, de la tundra o bosque enano. Se siente tanta familiaridad en medio de tanto bosque y biodiversidad en el ámbito europeo, que a veces me siento transportado a parajes costarricenses tales como: San Gerardo de Dota, el parque Prusia en Cartago, Fraijanes. Pese a tal singularidad es bueno aclarar que ellos no tienen la variedad e impetuosidad de nuestra selva tropical; si la tuviesen serían posiblemente de los países más visitados del mundo, al juntarse orden, ímpetu y buenos valores con la majestuosidad que ofrece nuestra selva costarricense.Además ellos tienen unos lagos majestuosos útiles lastimosamente durante el verano; lo que sorprende es que el agua en estos sea potable y se vean los peces, debido a una estricta política en la que no se permiten vehículos de motor cercanos a sus estos; ¿cuánto desearíamos una política similar para nuestras aguas fluviales?
Finlandia es un país con una identidad muy particular, pues su idioma no es indoeuropeo, si no que es urálico; es decir, que está más emparentado con el húngaro, el turco y en mayor grado con el estonio. Me recuerda mucho a Costa Rica, en el sentido que siempre se nos tilda de ser los argentinos de Centroamérica y de ser una isla. Así fue desde el periodo posterior a la Independencia, donde nos llamaban −según los historiadores− los montañeses de Centroamérica; ese epíteto en ese momento sería motivo de orgullo, pues nuestra historia no siguió la línea trágica del resto de países.
El finlandés es una persona fría y seca, pero sumamente abierta, amable y cordial. Imagínense que cuando buscaba un lago, un muchacho que me topé de camino se tomó la molestia de subirme a su carro y llevarme al lago. Ahí tendríamos que aprender nosotros; esa afabilidad era más bien propia de nuestros viejos labriegos sencillos, que acogían y hacían sentir a cualquier extraño como en su casa. Ante el aumento de la criminalidad en Costa Rica asociado a cierta pérdida de valores, el costarricense se ha vuelto muy temeroso y un poco huraño.
En lo que mí me atañe y particularmente me ha sorprendido, es la vocación por el arte que tienen estos finlandeses; existe cantidad de residencias para artistas en este país; la que yo escogí está en el centro de Finlandia en un pequeño pueblo llamado Joutsa, el cual está de camino a una ciudad conocida como Jyvaskyla; es un ambiente propicio para la creación en cualquier manifestación posible; desde que se llega se respira arte, desde la arquitectura de su vecindario, los cuadros, pinturas que hay adentro. Los bosques y lagos de alrededor colaboran, y el finlandés es por naturaleza silencioso, lo cual permite escuchar las voces de las musas a todas aquellas personas que tienen alguna inclinación artística. Se alegraron sus propietarios de recibir a alguien que escribe en la misma lengua de Cervantes. Guardaré en mi memoria la calidad de las exposiciones que organizan, muestras muy creativas realizadas con muy pocos recursos; lo más importante es que sale de los mismos propietarios, quienes son también artistas y ofrecen a los residentes un ambiente muy propio del medio. No están esperando subsidios de algún ministerio para tomar acciones. De pronto en Monteverde y otras partes rurales he notado intentos similares. Pero ese arte es puesto a disposición de la gente, para que el pueblo sea quien disfrute y sea su juez, no depende de la llegada de determinado curador.
En definitiva, en Haiathus-Joutsa, en el centro de Finlandia, el arte es una vocación que trasciende aspectos burocráticos, administrativos y es más bien un deseo intrínseco que supera a las personas.