En su último comentario publicado en el Semanario UNIVERSIDAD (10/01/12), el profesor Jaime Robert vuelve a reconocer que su defensa del proyecto para fortalecer la posición de poder de los funcionarios administrativos en la Universidad de Costa Rica (UCR) se basa en una interpretación sesgada (por parcial e incompleta) del artículo primero del Estatuto Orgánico; que esa defensa tiene como fundamento una oposición sistemática de los conceptos de democracia y de meritocracia; y que la problemática de los profesores interinos carece de un trasfondo específicamente académico. También admite que él no diferencia suficientemente entre institución y comunidad universitarias.
Nuevamente, el profesor Robert omite referirse a que, de ser aprobado el proyecto en mención, la posición de los funcionarios administrativos se fortalecería, en detrimento –en particular– de los académicos interinos con quienes él afirma identificarse y a los que, otra vez, considera sólo como víctimas de un “odioso sistema de privilegios y elitismo académicos”.
En esta ocasión, sin embargo, Robert, por vez primera en este debate, ofrece algunos indicios que explicarían las limitaciones conceptuales y analíticas presentes en este y en sus anteriores comentarios. Según él, reconocer las diferencias en el desempeño académico de los profesores interinos de la UCR es una capacidad que sólo podría estar al alcance de “los lectores de La Nación S. A.” o de las “nuevas generaciones de posgraduados del exterior”.
Así, de acuerdo con lo que Robert implica, sólo quienes, como él, han “vivido durante más de un cuarto de siglo el día a día de la formación, la investigación y la extensión social universitarias” son capaces de ver correctamente “la vergonzosa problemática” de los profesores interinos y la urgencia de fortalecer la posición de poder de los funcionarios administrativos.
De esta manera, al convertir la lectura de La Nación o la realización de un posgrado en el exterior en condiciones tácitamente descalificatorias, y al considerar su propia experiencia personal como el único criterio legítimo de interpretación, Robert evidencia cuán profundamente sus prejuicios informan los puntos de vista que defiende.