Más falacias

Previamente señalé cinco falacias  lógicas (Semanario UNIVERSIDAD, 10/04/2013). Aunque hay muchas más, a continuación resalto otras nueve, entre las más comunes. La comprensión de

Previamente señalé cinco falacias  lógicas (Semanario UNIVERSIDAD, 10/04/2013). Aunque hay muchas más, a continuación resalto otras nueve, entre las más comunes. La comprensión de estas falacias impedirá que uno sea engañado por ellas.

Una falacia que apela a la tradición es la de la popularidad o argumento ad populum, que dice que si algo es popular, es bueno o cierto. A veces se presenta como: “¿Puede toda esa gente estar equivocada?”. Pero el impostor no aporta pruebas. La aceptación popular de algo no demuestra que sea razonable.

Otra falacia es la del argumento circular o de dar por sentado lo que se discute. Toma como premisa de un razonamiento la misma conclusión que pretende probar. Por ejemplo: “Desde luego que Dios existe. La Biblia dice que  existe, y la Biblia tiene que ser verdad, ya que es la Palabra de Dios”. Nunca se debe utilizar la conclusión para demostrar la premisa; es al revés, la premisa debe demostrar la conclusión.

Una octava  falacia es la de la causa falsa. Por ejemplo, si se le pregunta a todos los alcohólicos si solían consumir leche, descubrirá una gran correlación, pero muchas personas han consumido leche y no son alcohólicas, así que la inferencia no es válida.

Semejante a esta es la falacia de la generalización precipitada. Al caracterizar todos los casos de cierta condición, se presta atención solo a algunos de ellos. Por ejemplo, al considerar el efecto del licor solo sobre quienes abusan de él, el impostor concluye que todo  licor siempre es dañino y exige su prohibición. Pero solo se requiere una excepción para demostrar que una generalización es incorrecta.

Otra falacia es la de la apelación a la fuerza o argumento ad baculum. El impostor apela a la fuerza o a la amenaza de fuerza para provocar la aceptación de su conclusión. Por ejemplo, el vocero de un grupo de presión usa este argumento cuando le recuerda a un diputado que el vocero cuenta con miles de votantes en la región electoral del diputado. Eso no tiene nada que ver con los méritos de un argumento.

La falacia del llamado a la piedad o argumento ad misericordiam, es el argumento del “pobrecito”. A veces se usa de manera ridícula, como en el caso del joven que era juzgado por un crimen brutal, el asesinato de su padre y su madre con un hacha. Puesto frente a pruebas abrumadoras, solicitó piedad sobre la base de que era huérfano.

Otra falacia es la de la conclusión inatinente o la ignoratio elenchi. El impostor la comete cuando un razonamiento que se supone dirigido a establecer una conclusión particular se usa para probar otra conclusión. Por ejemplo, cuando se discute una propuesta para aprobar cierta legislación sobre la vivienda, un diputado se levanta para hablar a favor de la ley, argumentando que todo el mundo debe tener viviendas decentes. Así pretende despertar una actitud de aprobación para lo que dice.

Por otro lado está la falacia de la ambigüedad, que aparece en razonamientos que contienen palabras o frases ambiguas, cuyos significados cambian de manera sutil en el curso del razonamiento, haciéndolo falaz. Por ejemplo, alguien dice: “un elefante es un animal; por lo tanto, un elefante pequeño es un animal pequeño”. La verdad es que un elefante pequeño es un animal muy grande. Para evitar esta falacia, insista en definir los términos y en mantener firmes y precisas esas definiciones.

La decimocuarta y última  falacia que deseo resaltar es el argumento por la ignorancia o ad ignorantiam. Por ejemplo, alguien dice: “Deben existir los fantasmas, porque nadie ha podido demostrar que no existen”. Se comete esta falacia cuando se sostiene que una proposición es verdadera simplemente porque no se ha demostrado su falsedad. Otro nombre para esta falacia es el de “probar lo negativo” –probar la no existencia de algo para lo cual no hay evidencia alguna de que exista-. Se basa en alegatos arbitrarios. Mediante esta falacia, un impostor exige probar lo negativo en un contexto en el que no hay evidencia alguna para lo positivo. La metodología científica ha señalado que es imposible probar hipótesis negativas, por lo que quedan fuera del ámbito de la ciencia. Por ejemplo, un impostor dice: “Le toca a usted probar que la cuarta luna de Júpiter no causó que su vida sexual haya mejorado. En otras palabras, pudiera deberse a su previa encarnación como el faraón de Egipto”. Es decir, afirma posibilidades o hipótesis que carecen totalmente de evidencia.

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