En el Manifiesto de Córdoba del 21 de junio de l918, la juventud argentina, con motivo de la reforma universitaria, decía: “La juventud ya no pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento propio en los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está cansada de soportar a los tiranos.
Si ha sido capaz de realizar una revolución en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno de su propia casa.”
Esta reforma deviene por la decadencia en la que habían caído las universidades de América, en donde la ciencia pasaba de lejos de esas casas mudas y mutiladoras de la inteligencia, la creatividad y la imaginación. Eran casas de enseñanza al servicio de las clases dominantes y con un marcado acento clerical. La reforma buscaba sacar a la universidad del enclaustramiento para ponerla al servicio de las necesidades de la sociedad que la sostiene.
En el año 1936, en la Universidad de Salamanca el general José Millán Astray, fundador de la legión española, en su discurso, en contra de la libertad de pensamiento, manifestó “¡Muera la inteligencia!”. Estaba acompañado de oficiales armados con metralletas.
Contestando tal manifestación, don Miguel de Unamuno, ese 12 de octubre de l936, en su calidad de Rector, expresó: “¡Éste es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir, y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha…”.
En mayo de l966, dos años antes de Tlatelolco, en donde murieron cientos de estudiantes y obreros, el Rector de la UNAM Javier Barros Sierra, en su discurso de toma de posesión, dijo: “Tengo fe plena en esta institución y por eso estoy seguro de que la convulsión que ha sufrido no la dañará irreparablemente, sino que de ella saldrá fortalecida”. Fue a partir de ese año que la reforma académica comenzó a introducirse con plena participación de los estudiantes y los profesores.
En julio de 1968 hubo una intervención del Cuerpo de Granaderos de la policía, que había entrado al recinto universitario, sin mediar solicitud expresa de las autoridades universitarias, con ocasión de una gresca por un partido de futbol, y detuvo a decenas de estudiantes. El Rector Barros Sierra se manifestó en ese momento a favor de la autonomía universitaria, ordenando izar la bandera a media asta y llamando a liberar a los estudiantes, a quien el respetable Rector reconocía como presos políticos. Fue en Tlatelolco que miles de estudiantes y obreros se manifestaron, y entre otras exigían respeto a la libertad sindical y gremial, democracia plena y respeto por la autonomía universitaria. Las fuerzas armadas se encargaron de sofocar la protesta y silenciar la voz de los que no tienen voz; cientos de jóvenes perecieron bajo el fuego de metralla del Batallón Olimpia.
Son algunos datos que pueden vincularse con la actuación policial del lunes 12 de abril dentro de nuestro campus. Es imprescindible emprender una defensa de la Universidad como un todo: mañana podrían entrar alegando libertinaje de cátedra. Es necesario hacer saber a funcionarios corruptos y delincuentes comunes, que la Universidad se respeta, que no es cierto que sea un refugio para delincuentes, tal y como lo han caricaturizado algunos medios de información con aviesas intenciones. Sin autonomía, la Universidad pública se convertiría en una mera dispensadora de títulos y en una caja de resonancia de los gobernantes de turno.