En el caso de Solís, la “blancura” no se seguía de su presencia fenotípica (lo es de todas maneras), sino de su propuesta ético-política: cero uso de fondos estatales para construir prestigio político y rechazo frontal a la venalidad contenida en la realización de negocios particulares desde cargos públicos (sistema de clientelas). En Costa Rica, estos criterios resultaban y resultan más devastadores que un gancho al hígado de Rocky Marciano. Los enemigos brotaron por doquiera. La denuncia de la venalidad de los políticos fue ridiculizada como “moralina”. La utilización de dineros públicos para lucimiento personal, descalificada como doctrina de “las galletitas”. Solís fue acusado de creerse Dios. Un editorialista del principal medio impreso del país sintetizó la posición de empresarios y políticos “honrados”: “Prefiero el chorizo a la moralina”. Pintoresco, por decir lo menos.
Pero Solís logró adeptos (en Costa Rica la mayor parte de la gente de a pie es humilde y honesta). Un 1 % le negó la presidencia del país en unas polémicas elecciones del 2006 (triunfó Óscar Arias) y su agrupación alcanzó entonces 17 diputados. Seis años de existencia y segunda fuerza electoral. Nada malo. Desde esa fecha, su presencia es menor porque la población parece acogida a la sentencia mexicana: “No importa que los políticos roben si dejan algo”. Pero la mengua de la Gran Esperanza Blanca de la política no se sigue solo del aparente infalible triunfo de desfachatados y delincuentes. Solís porta también carencias que le impiden noquear en el cuadrilátero. Mencionemos dos básicas: no sabe, ni se empeña en aprender, construir partido con alcance nacional y así resulta víctima fácil de la maquinaria electoral y el dinero de los sinvergüenzas. Le teme, además, a la organización autónoma de los sectores sociales populares. Los desea solo como ciudadanos “bien portados”. Esas y otras grietas le restan juego de piernas, incluso dentro de su partido, y lo tornan blanco fácil para los golpes de la prensa y los Alí Babá.
Púgil que se mueve poco y mal pierde casi todas sus peleas. Y si combate con reglas que el rival irrespeta y contra la complicidad de árbitro, jueces y promotores, el resultado es más que previsible. La Gran Esperanza Blanca termina siendo ni siquiera Desilusión. Ahora, en los últimos meses del año recién pasado, Solís ha hecho declaraciones a periodistas de una empresa que lo odia que hacen pensar que como púgil ya tiró la toalla. Primero sentencia que no será candidato a la presidencia, excepto si Dios se lo pide (la frase está descontextualizada, pero no importa. Es como se la repite). Luego respalda un indulto presidencial para un reo de “bien” que sin duda no lo merece. Se trata de una afrenta al poder judicial, al sistema carcelario, a la ciudadanía y a la gente humilde del país. La víctima del delincuente fue el hijo pre-adolescente de un campesino sencillo. Lo peor no es que Solís respalde el indulto (un diputado amigo está involucrado), sino que proclama que lo hace por principio y sin conocer el caso. ¡Plop! Nocaut.
Pocos boxeadores se retiran del oficio a tiempo. El que emergió como Gran Esperanza Blanca costarricense ya no está entre ellos.