No disculpar a los fabricantes de miseria

De un filósofo debe esperarse un análisis racional, coherente, justificado, documentado; su cosmovisión debe representar una ruptura epistemológica respecto a las pseudoevidencias socialmente construidas. 

De un filósofo debe esperarse un análisis racional, coherente, justificado, documentado; su cosmovisión debe representar una ruptura epistemológica respecto a las pseudoevidencias socialmente construidas.  Es impropio del intelectual el recurso a clichés, a lugares comunes y a mitos usuales, incluso cuando sean fomentados por el ambiente universitario.  Por eso inquieta que el profesor Asdrúbal Marín insista acríticamente en un inventario de tópicos más propios de la propaganda política que de la argumentación científica.

Vuelve Marín a hacerle el juego al gobierno, como hizo en su defensa acrítica de los nefastos y mal elaborados proyectos de ley de la Administración Rodríguez.  Desviando la atención de la incompetencia de nuestros gobernantes, empieza su artículo con el famoso tópico «la culpa la tienen los otros».  Se evita así la mención al gasto desmedido del Estado, que nos coloca ante un déficit fiscal y una deuda interna pavorosa.  Se tolera así la corrupción creciente, traducida en las grandes estafas de FODESAF, los CAT´s, los CAF´s, los bonos de todo tipo, etc.  Se encubren las políticas inflacionarias del gobierno, quien a través de las emisiones inorgánicas del Banco Central ha logrado que el costo de la vida aumente a un promedio del 18% en los últimos veinticinco años.  Sí, una afirmación de este tipo es cómplice de crear una cortina de humo para tapar las ineptitudes y perversiones de nuestros gobernantes.

Evita el filósofo analizar los casos que propusimos como paradigmas:  las dos Alemanias, las dos Coreas, las dos Chinas.  Probablemente será porque no le calzan dentro de sus tesis de que la riqueza de las naciones es fruto del colonialismo (¿o porque evidencian que el socialismo es un buen camino hacia la miseria?).  El ejemplo de Alemania sería paradigmático, porque se interesó en el colonialismo tardíamente, fracasó en todos sus intentos de expansión y los costos que tuvo que pagar fueron de los más altos.  Por el contrario, la opción por la economía de mercado realizada por Adenauer y su ministro Erhard reactivaron a esa nación en la posguerra, conduciéndola a ocupar el lugar de primera potencia económica de Europa.

Si el colonialismo fuera la causa de la riqueza de las naciones, como afirma ese profesor, sería inexplicable que España haya ocupado durante tantos uno de los últimos lugares en Europa.  Por otra parte, hubiera sido imposible el crecimiento económico de Hong Kong o Singapur, carentes de colonias, entre otros ejemplos.  Resultaría inconcebible explicar cómo Irlanda, colonizada y explotada por Inglaterra durante siglos, ha prosperado tanto con su reciente apertura económica que ahora atrae la contratación de mano de obra inglesa, invirtiendo los papeles. Ergo, Marín enuncia una falacia de causa falsa.

No dejemos que sus palabras resten culpabilidad a los corruptos gobiernos  latinoamericanos, fabricantes de miseria. Fueron ellos quienes dilapidaron los 250 mil millones de dólares que recibió Venezuela en los veinte años tras la subida de los precios del petróleo.  Fueron ellos los que en  Nicaragua lograron la caída de los salarios en un 90% durante el régimen sandinista.  En un arrebato de lucidez, pareciera reconocerlo Marín, quien habla como libertario al  denunciar a «los corruptos sectores políticos y económicos que han visto al estado como una finca sin dueño», pero su intuición vuelve a fallar y termina disculpando a las instituciones estatales.  Es una paradoja:  reconoce la lógica de poder de los políticos tradicionales, pero piensa que la concepción, el diseño y funcionamiento de las instituciones creadas por esos mismos políticos no ha sido realizado en función de sus siempre maquiavélicas intenciones.

Termina el profesor mostrando que no ha leído todavía ningún texto libertario, pues alevosamente trata de establecer una conexión entre nuestras propuestas y la acción de  gobiernos radicalmente antilibertarios.  La filosofía libertaria considera inmoral el uso de la coacción y cree en la persuasión como única manera digna de relación entre seres humanos. El libertarismo considera que la libertad es una y que debe ser afirmada en todos los planos; que libertad económica y libertad individual deben ser inseparables. Recomendación final:  más estudio y menos retórica, por favor.

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