Normalcia económica y recaída

Los indicadores actuales no son buenos datos de estimación de tendencia en el desarrollo económico-empresarial, ya que este año presenta síntomas económicos de un

Plantea la prestigiosa revista The Economist que el concepto Normalcia se refiere a la forma en que la gente llama a la normalidad cuando ya no la da como un hecho, y es la mejor referencia para analizar la evolución de la peor crisis económica desde la Gran Depresión.

Los indicadores actuales no son buenos datos de estimación de tendencia en el desarrollo económico-empresarial, ya que este año presenta síntomas económicos de un año atípico, la baja variación del IPC (medida para medir el costo de vida) y el repunte a un nivel cercano o superior al 7% de la tasa de desempleo abierto (indicador indirecto del gasto y presupuesto del consumidor), no son producto de un cambio (positivo o negativo) en la estructura económica, sino más bien, son el resultado de situaciones coyunturales y temporales a raíz del impacto de la crisis financiera internacional.

 

Y es por ello que los tomadores de decisiones acumulan estrés económico pensando en la velocidad de recuperación, donde la generación de expectativas gira alrededor de esta interrogante. Sin embargo, parece que todavía es muy pronto para lanzar las campanas al viento y como lo indica la revista The Economist “una inspección más cuidadosa sugiere que hay que tener cautela, donde pese a un bienvenido retorno al crecimiento, la economía mundial está muy lejos de volver a la actividad normal”.
Aquí en Tiquicia los tomadores de decisiones no deberían descartar una posible recaída económica. No deben desatenderse indicadores como: a) el decrecimiento en las importaciones de bienes de inversión (de capital y materias primas), tanto por parte de las empresas ubicadas en zonas francas como por las empresas de base nacional, ya que este indicador permite anticipar en alguna medida el comportamiento de la producción interna en el corto plazo y por ahora no se muestra ningún repunte; b) la no mejora en el consumo; c) la baja disponibilidad de crédito y las altas tasas de interés; d) el alto endeudamiento (principalmente por tarjetas de crédito) y su impacto en la morosidad; e) la inestabilidad cambiaria; f) la baja credibilidad en las políticas aplicadas por el Banco Central; g) la deteriorada situación fiscal (disminuye los grados de libertad de realizar una política anticíclica más agresiva) y h) el cambio de expectativas en las decisiones de los agentes económicos para el 2010 (proximidad electoral y posible paquete tributario). Ninguno de estos indicadores nos permite vislumbrar, por el momento, que en un corto plazo la producción interna se recupere de manera sostenida; más aún, nos sugiere que la probabilidad de ocurrencia debe ser incorporada en los modelos de decisión de los agentes económicos.
Y si bien en nuestro país no sufrimos un tsunami financiero y económico, la situación de 21.825 empleos formales perdidos desde octubre del 2008 hasta agosto del 2009 –sin conocer aún el impacto sobre el empleo informal y el subempleo–, y los pocos mecanismos de recuperación del trabajo nacional, refuerzan la idea de no desestimar la posibilidad de una recaída económica, para lo cual debería tenerse una estrategia de respuesta anticipada.

Además, la naturaleza de la recuperación implica un reto complejo, y el mismo ya ha sido planteado por The Economist cuando afirma que se debe apuntalar la demanda ahora, sin destruir las finanzas públicas; limitar el desempleo sin inhibir el cambio de trabajadores de viejas industrias a nuevas; y más que ninguna otra cosa, promover la innovación y el comercio, que son en última instancia los motores del crecimiento; tenemos aquí algunas variables fundamentales que deberíamos incluir en la agenda nacional para el venidero año 2010.

 

 

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