El actual proceso electoral, pleno de giros y vicisitudes, ha evidenciado la diversidad que caracteriza el mapa social, político e ideológico de nuestro país. Esta diversidad es positiva, pues refleja una mayor distribución de fuerzas sociales, un sistema político más plural, donde se escucharán otras voces y ello producirá sin duda un discurso público rico y complejo.
Queremos pensar que nuestro país goza hoy de una democracia sana y madura, que deja atrás los éxitos y fracasos de una larga tradición bipartidista, quizá más predecible en sus desenlaces, pero menos rica en sus opciones. Ahora, a nadie le será fácil imponer una forma de pensamiento político como única verdad.
Desde la Universidad de Costa Rica, vemos estas transformaciones con alegría, pues fortalecen la libertad de pensamiento, la expresión de ideas y creencias, y el derecho al disentimiento, lo que nos acerca un poco más al reconocimiento del carácter multicultural de la sociedad costarricense. Ojalá en un futuro cercano, dejando atrás las etiquetas, la coexistencia respetuosa de distintas visiones del mundo, ideologías y modos de vida sea uno de los rasgos nacionales de los cuales se enorgullezca todo el pueblo costarricense.
La sociedad es el resultado de las interacciones entre cadenas de seres muy diversos, que dependen unos de otros para sobrevivir y prosperar. El fortalecimiento de la diversidad de nuestro sistema sociopolítico es una buena noticia. Porque un consenso y una paz significativas solo son posibles como resultado del diálogo y la negociación entre perspectivas realmente diferentes, capaces de producir un equilibrio dinámico, en consonancia con los tiempos de cambio que vivimos.
La convivencia en la diferencia es uno de los desafíos más profundos que enfrentan las sociedades a principios del siglo XXI. Las sociedades cambian, y con ellas se transforman los estilos de vida, las necesidades, las aspiraciones y los desafíos que experimentamos como comunidad. Por ello, el cuestionamiento de la realidad debe ser el fundamento para la toma de decisiones sociales, culturales, políticas y económicas.
Los debates del proceso electoral fueron ricos en muchos sentidos, pero también obliteraron o esquivaron algunos asuntos de gran importancia, entre ellos los temas ambientales, la participación de la mujer en la política, la reivindicación femenina de decidir sobre su propio cuerpo, las políticas culturales, las aspiraciones de la población LGBTI y el derecho a la autonomía reproductiva.
Estos son temas complejos que retan a cualquier sociedad convencional, pero sobre ellos no debe colocarse un velo de silencio, so pena de excluir de la discusión pública las aspiraciones y los derechos de personas y colectividades que le dan una nueva dinámica a la vida política.
Tenemos una creciente desigualdad social que agobia a la colectividad. No hemos avanzado en un sistema tributario progresivo que garantice justicia y equidad (algo que en muchos países sería natural); enfrentamos obstáculos en la creación de empleo y no disponemos de un modelo de activación productiva que la promueva o garantice, lo cual vuelve muy estrecho el horizonte de esperanza de nuestra juventud. La inversión en infraestructura, necesaria para dinamizar la economía y mejorar la relación entre las personas y su entorno urbano, ha sido postergada por décadas; la calidad de las instituciones de educación pública, primaria y secundaria, está sumida en una crisis cuyo fin no visualizamos a corto plazo, a pesar del innegable aumento de la inversión estatal en este campo. No hemos logrado conciliar los requerimientos de desarrollo con la legítima vocación de proteger y preservar nuestra diversidad biológica, a todo lo cual se suma el clamor por un mayor respeto por la diversidad de género, étnica, sexual y cultural.
La reflexión informada y crítica debe también ser fundamento de nuestras decisiones individuales, pues estas tendrán consecuencias concretas no solo para nosotros. Con cada pequeña decisión que tomamos como ciudadanos elegimos y estimulamos cierto modelo de vida en sociedad; elegimos por y para nosotros, pero también por y para los demás. Nuestra responsabilidad es, entonces, reflexionar sobre los desenlaces alternativos, sobre los futuros posibles que facilitamos o dificultamos con las decisiones que tomamos.
Los procesos electorales culminan con la emisión del voto, pero no constan sólo de ella, sino también de discusiones y deliberaciones para vislumbrar las opciones de futuro. El retiro de uno de los candidatos nos privó de esa deseable y necesaria dimensión formativa. Por esta razón y parafraseando una célebre expresión de Walter Benjamin, debió existir la oportunidad de que la ciudadanía mortificara con sus inquietudes y anhelos al candidato que quedó y él mismo debería haber propiciado encuentros o conversatorios con la opinión pública.
Necesitamos una democracia que nos devuelva la esperanza, la confianza en nuestra capacidad de incidir sobre los problemas que nos afectan, la responsabilidad de sabernos partícipes, junto a otros agentes sociales y políticos, en la búsqueda de las mejores soluciones, en diálogo permanente con una administración pública responsable e íntegra, que sea capaz de aceptar y corregir sus errores.