La aseveración de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, acerca de que el “insaciable apetito” por droga ilegal de los estadounidenses impulsaba el narcotráfico y la violencia armada en la frontera EE.UU-México y tornaba a Estados Unidos en corresponsable de esa violencia criminal (25/03/09), es la primera declaración pública sensata que se escucha a un alto dirigente de su país acerca del tráfico de drogas.
Podría gestar un proceso que llevase al final del negocio.
Estados Unidos ha sido tieso defensor de la posición que hace del narcotráfico un desafío criminal que debe ser extirpado (o cuidado) policial y militarmente. Por ello ha urgido la liquidación de los cultivos de coca, amapola o marihuana, el bloqueo de fronteras, el acoso de los carteles de la droga y con Clinton/Bush Jr. hasta un Plan Colombia e Iniciativa Mérida, además de tercas agresiones contra Bolivia y sus campesinos. EUA es campeón de la guerra total contra el narco. La traba de su tesis es que es una guerra perdida de antemano, una guerra ganable nunca debido a la existencia, como señala ahora la señora Clinton, de una “insaciable demanda de drogas”. Estos “voraces” compradores constituyen el vigor del narco/negocio.
Cazados y liquidados todos los productores y traficantes de droga (que no son campesinos humildes ni tampoco por fuerza guerrilleros, sino empresarios), el mercado se abastecería de drogas sintéticas o asiáticas, precisamente porque existe una demanda ávida y no solo de andrajosos drogodependientes, sino de estrellas de cine, ejecutivos millonarios, deportistas célebres, estudiantes, ‘opulentos y famosos’, etc.
Por supuesto una guerra derrotada ya al momento de iniciarla no puede ser una guerra en serio. Algunos estiman que Estados Unidos nunca ha pretendido ganarla y que sus políticos usan el narco como herramienta para solidificar su poderío geopolítico y militar en el hemisferio. Puede ser porque tampoco es que por allá todos sean brutos y todo el tiempo. Así, no sorprende que en el mismo momento en que Clinton daba su promisorio testimonio, en Washington se anunciara que una fuerza de 400 policías federales reforzaría a los más de 1.000 que ya “trabajan”, con venia mexicana, a ambos lados de la frontera. Voces gringas exigen la presencia de la Guardia Nacional en la guerra. Por ahora se les ha dicho no.
Pero aunque Clinton no lo sepa, sus palabras avisan otro horizonte. Si la droga ahora ilegal se legalizara, se acabaría el negocio para las mafias criminales. Y si, además de ilegal, fuese gratuita y de gran calidad (proporcionada por los Estados y grupos privados cooperantes a cambio de rebajas en impuestos) nadie moriría por droga impura y no se podría lucrar con la afección de los drogodependientes. Si se legaliza la droga y se la ofrece gratis, junto a opciones de rehabilitación, a quien quiera utilizarla (joven o anciano), hasta Janina del Vecchio podría ejercer como Ministra de Seguridad. No un milagro por tanto. Varios.
Si EE.UU., el Estado de las guerras, varía su enfoque represivo/militar sobre la drogodependencia por uno que lo aprecia como desafío para la salud social, tal vez el siglo XXI sea menos turbio de lo que hasta hoy ha pintado. Una sórdida mafia menos no nos hace más felices pero sí menos infelices. Y podría marcar una tendencia.