Según la lista publicada por The Economist y The Washington Post, los primeros 20 puestos de los mejores lugares para nacer actualmente en este mundo, los ocupan países de todos los continentes, excepto latinos o africanos. Dominan esa lista de afortunados los europeos con pequeños países, más pequeños que Costa Rica, como Suiza que ocupa el primer lugar, Dinamarca, en lugar de privilegio, Holanda, Bélgica…
El estudio publicado se refiere a las ventajas de los pueblos de esos países, a lo que llaman calidad de vida y expectativas para el futuro de los habitantes que están naciendo este año.
Al ver esa lista, “los más felices del mundo”, según los políticos nuestros, nos preguntamos por qué no estamos allí y por qué un hermoso, fecundo y enorme continente que se extiende desde Tijuana, allá en la esquina noroeste de México, hasta la Tierra del Fuego en el sur, no participa con ningún país entre los primeros veinte.
La globalización y las comunicaciones instantáneas han hecho que las diferencias entre aquellos países favorecidos y nosotros, no sean tan marcadas como hace 30 o más años; y tales diferencias hoy no son absolutas sino de grado; a veces tan sutiles, que no es fácil especular en cuanto a las causas por las que un país se sitúa en un lugar alto y otro en un lugar menos bondadoso; pero a pesar de eso, las diferencias existen y son claras.Se dice a veces que “ellos” son más trabajadores que nosotros; que han sido más beneficiados por la naturaleza; que son más inteligentes; más solidarios; que ahorran más; que son rubios; que Dios los favorece… y se argumentan mil posibilidades que ayuden a ver el porqué de la disimilitud y tratar de corregir para el futuro. Probablemente hay algo de eso; quizá algunos de esos aspectos ayuden a ciertos pueblos y les den ventajas.
Pero cuando un tren se descarrila se busca al conductor, el sistema de frenos, una mala señal; pero siempre al equipo que debe velar por su buen funcionamiento. Nadie intentaría disculpar el accidente culpando a los pasajeros. Así pasa con los países: Los habitantes de esos Estados “privilegiados” tienen −también para su desgracia− dirigentes, “conductores”, que van de mediocres a malos, pero sin llegar tan frecuentemente al extremo; en Latinoamérica, en cambio, de seguro no pasan de pésimos. ¡Culpa nuestra, claro, por elegirlos! En igual grado que es “culpa” del pasajero elegir y abordar el tren que se va a descarrilar.
Esas sutiles diferencias entre aquellos gobiernos y los latinos las vemos a diario, y por eso, aunque subjetivas, son muy reales: Los dirigentes allá mienten, pero los nuestros basan su gobierno en la mentira. Allá gobiernan y roban. Aquí llegan al gobierno a robar y si les alcanza el tiempo gobiernan. Allá se avergüenzan y se disculpan por sus tortas, ¡pero los destituyen! Aquí se jactan de sus desafueros, jamás piden perdón, perdieron la vergüenza, y al terminar su mandato les construimos monumentos. Allá los controles a veces funcionan y los políticos a veces los respetan. Aquí los controles ni funcionan ni los respetan; y son además aliados del grupo a controlar. Allá los pueblos se escandalizan de lo que hacen malo sus dirigentes; protestan y algo obtienen a su favor. Aquí el que protesta es un vago, alborotero o mal patriota, y en muchos países latinos termina muerto o en la cárcel.
Definitivamente, a las diferencias entre los pueblos (a los pasajeros del tren de “ellos” o del de nosotros) no es posible atribuirles la causa de su posición o de la nuestra en la lista. Aquí también hay personas muy trabajadoras, inteligentes, solidarias, etc. Pero si vamos a los dirigentes, al equipo que debe llevar el tren a buen recaudo, allí están las diferencias, siempre de grado, repito, nunca absolutas, porque los políticos son malos en todo el mundo; pero esa lista lo comprueba, los nuestros están entre los peores.
¡No hay duda! Los dirigentes son los culpables directos de nuestras crisis y del descarrilamiento, aquí y en toda Latinoamérica; y en este caso, del lugar que ocupen estos países en esa lista sobre bienestar social y calidad de vida. Se puede asegurar que cuatro años para obtener una cita en la Caja no es culpa del enfermo, sino de los que dirigen la noble institución y el país.
Si quiere venir al mundo
Atienda este consejito:
Con esa lista de Estados
Busque un lugar favorito;
Y nazca por estos lados,
¡Tan solo en caso fortuito!