El método histórico es uno de los recursos que permite la verificación más segura de cualquier hipótesis sobre la ciudad; la ciudad es por sí misma depositaria de historia. Aldo Rossi, teórico y arquitecto de la arquitectura moderna, así lo enunciaba.
Se parte de dos puntos de vista; el primero se refiere al estudio de la ciudad como un hecho material, una manufactura, cuya construcción ha acontecido en el tiempo y, por tanto, es posible encontrar las huellas, aunque sea de modo discontinuo. Si aplicamos este principio a nuestra ciudad universitaria, podemos ver que su historia arquitectónica nos permite hacer una lectura de la visión y las prioridades de aquellos que tenían en sus manos la responsabilidad de la educación superior costarricense.
La Universidad de Costa Rica, desde 1941, tuvo sus primeras instalaciones físicas en el céntrico barrio González Lahmann, en una propiedad de dos manzanas donadas por el gobierno, en lo que se conocía como el “potrero de las Gallegos”. No fue sino hasta inicios de la década de los cincuenta del siglo pasado, cuando Rodrigo Facio -decano de la Escuela de Ciencias Económicas y Sociales-, Fabio Baudrit -decano de Escuela de Agronomía-, y M.A. Odio -presidente del Consejo Estudiantil Universitario-, recibieron la instrucción del entonces Rector Don Alejandro Vargas de conformar la comisión responsable de llevar a cabo los trámites pertinentes para la construcción del futuro campus universitario de la entonces novel Universidad de Costa Rica, con escasos diez años de fundada.
Los arquitectos que trabajaron en el diseño de lo que sería la ciudad universitaria Rodrigo Facio, basaron sus decisiones, en primer lugar, en la ética de la austeridad y el bienestar social como finalidad última. Esta ética y los valores que la acompañaron se hicieron tangibles en los modernos edificios, adecuados y amplios, pensados racionalmente con intencionalidad y armonía. A cada uno correspondió una ubicación particular en la finca dividida por el río, en ese entonces limpio; la distribución del espacio reflejaba un ideal de cultura, de aprovechamiento de la naturaleza y del tiempo libre.
Con el avance mundial del pensamiento neoliberal, la universidad no ha quedado exenta de la impronta de un modelo que le resta valor a los factores socioculturales y que, abiertamente, abraza fines comerciales dentro de la lógica individualista del mercado que carcome poco a poco el sistema de educación solidaria. Todo esto se coagula en un nuevo tipo de arquitectura y de hacer universidad.
En los últimos años, en nuestro paisaje universitario se han abandonado los principios de equidad, estética y armonía; se ha pensado más en la eficacia desde un punto de vista estrechamente económico, que en una perspectiva de inclusión y accesibilidad.
¿Cómo hablar de identidad en las edificaciones universitarias? Contraejemplos de ello son la ubicación forzada de la Biblioteca de Ciencias de la Salud, la pérdida de la planificación estratégica de la Ciudad de la Investigación y otros espacios; el cambio de la ubicación de los estacionamientos, provocada por el crecimiento del parque automotriz en detrimento de la seguridad de los peatones, de un ambiente sano y de los principios originales de la Ciudad Universitaria.
Las decisiones sobre los nuevos edificios se han separado arquitectónicamente del estilo anterior que cuidaba el espacio de las aulas. En honor a la verdad, los estudiantes han tenido mucha paciencia de recibir clases en aulas con el cielo raso de fibra mineral desprendido… como sucede en el “edificio de aulas”. Más allá de una cuestión de estilo, en realidad, es toda la organización y administración sobre la que pende todo un signo de pregunta.
Sistemáticamente vemos cuadrillas de trabajadores incansables, pero nos preguntamos ¿ese trabajo obedece realmente a una intencionalidad planificada? ¿O es el espíritu mercantilista que gobierna la urgencia inmediata del apagar incendios, eludiendo las necesidades sociales y posicionándose por encima de quienes habitamos el campus?
El espacio arquitectónico pone en evidencia también las incongruencias del discurso político; la eficiencia no quedará demostrada necesariamente porque se aumente considerablemente el uso del cemento. Es necesario empezar a pensar en la planificación de la infraestructura con una perspectiva histórica más amplia, inclusiva y democrática.