Mi intención con este artículo no es tanto analizar la realidad de la pedofilia en la Iglesia, sino ir a las causas y consecuencias de esta perversidad, que ha desencadenado una crisis en la Iglesia, que no es solo temporal, sino una crisis profunda de credibilidad, que puede durar muchas décadas.
Un hecho revelador es confrontar la actitud de la Iglesia frente a la pedofilia y la actitud radicalmente diferente de la misma Iglesia frente a la Teología de la Liberación.
Por un lado, la Jerarquía fue permisiva, legitimadora y encubridora de la pedofilia.
Por otro lado, casi en el mismo tiempo, la misma Jerarquía de la Iglesia tuvo una actitud represiva y condenatoria de la Teología de la Liberación.
Veamos las leyes, estructuras y dogmas que dieron vida a la pedofilia en la Iglesia:
La ley del celibato obligatorio
Esta ley en muchos casos ha dañado la naturaleza humana de los que se ven presionados a ser célibes. Esta ley ha sido raíz y causa de muchas desviaciones sexuales, entre ellas la pedofilia. Una excepción, a la luz de los Evangelios, es el celibato asumido libremente por causa del Reino de Dios, sin tomar en cuenta si son clérigos o laicos, hombres o mujeres, gente dentro o fuera de la Iglesia.
La homosexualidad es una opción legítima, cuando está guiada por una ética de respeto a la vida. Un problema frecuente surge cuando se utiliza la condición clerical para encubrir la homosexualidad, la cual, manipulada, reprimida y ocultada puede ser causa de serias perversiones sexuales. Algunos obispos afirman que no existe una relación entre celibato y pedofilia, sino entre homosexualidad y pedofilia. Con esta afirmación se justifica el celibato y se condena la homosexualidad, se encubre la culpabilidad de la Iglesia en los delitos de pedofilia y se culpabiliza a los homosexuales.
La Iglesia católica es la institución religiosa más antigua, donde toda su estructura jerárquica la ejercen exclusivamente varones. Esta imposición afecta todas las leyes y doctrinas de la Iglesia sobre sexualidad humana. ¿Cuál sería la opinión de la Iglesia si una mujer asumiera un cargo alto e importante en el Vaticano?
La Iglesia, desde el siglo XIX, se ha visto amenazada por la modernidad, lo que ha generado en ella una tradición conservadora que la hace incapaz de aceptar los mejores logros de la modernidad, especialmente en materia de sexualidad humana.
El arzobispo de Poitiers, mons. Albert Rouet, en un libro suyo titulado: J’aimerais vous dire” (2009) escribe: “La Iglesia católica ha estado sacudida durante varios meses por la revelación de escándalos de pedofilia. ¿Es todo esto una sorpresa? Quisiera antes que nada precisar una cosa: para que exista pedofilia son necesarias dos condiciones: una perversión profunda y un poder. Esto quiere decir que todo sistema cerrado, idealizado y sacralizado, incluida la Iglesia, es un peligro, donde todas las desviaciones financieras y sexuales llegan a ser posibles”.
La Iglesia consideró durante mucho tiempo la pedofilia como un pecado y no como un delito. El pecado puede quedar oculto en el secreto del sacramento de la confesión, pero el delito es un crimen que debe ser llevado públicamente a los tribunales. La Iglesia jerárquica rechazó la culpabilización de la pedofilia y ocultó al pedófilo para salvar como Iglesia su credibilidad y prestigio. La Iglesia también ocultó la criminalización de la pedofilia para evitar ser condenada judicialmente y obligada a pagar una indemnización económica.
No basta que la Iglesia pida perdón por los delitos de pedofilia cometidos por sus obispos y sacerdotes. No basta reconocer que la Iglesia se siente herida y arrepentida. Todo esto es justo y necesario, pero falta lo más importante: escuchar el grito de las víctimas mismas. Estas tienen derecho a exigir una clarificación de los hechos, una condena de sus agresores y una indemnización por los daños infligidos. Ellos, como sujetos, quieren ser también solidarios de otras víctimas de la pedofilia, que no han logrado hacer su denuncia.
El grito de las víctimas ya resuena en el mundo entero. La solidaridad ya se extiende también a otros millones de niños y niñas que sufren otras realidades de muerte, como aquellos 16 mil niños que mueren de hambre cada día.
La Iglesia que logre superar esta crisis deberá ser una Iglesia transparente, que no oculte sus desviaciones, una Iglesia más pobre, con menos poder y más liberadora. Una Iglesia que reconstruya su identidad a partir del movimiento histórico de Jesús.